3.7.24

Socialdemocracia.

 ‘Socialdemocracia’.

En algún conocido blog, se ha escrito que los partidos que presentan propuestas más viables son aquellos que se ajustan al marco institucional actual y los partidos que propongan cambios radicales se enfrentarían a una baja viabilidad.

Entonces, ¡hablemos de la socialdemocracia!

 


[De enciclopedias y textos de politólogos y sociólogos, que eludimos en citas cultas, entresacamos estas notas previas].

 

1.- En sentido estricto, se considera que la socialdemocracia es una tendencia política que surgió en Europa en la segunda mitad del siglo XIX, como una ideología política de izquierdas de carácter europeísta.

En ella, ya existió una contradicción entre la teoría revolucionaria que defendía la corriente ‘ortodoxa’ y la práctica política reformista que aplicaba.

Así, el punto central del debate en los años de la 1ª guerra mundial, fue la alternativa entre reforma o revolución.

Y transcurrido el tiempo, el debate entre reforma y revolución en el pensamiento del socialismo, no ha dejado de plantearse a través de distintas formas condicionadas por la coyuntura histórica. El problema se centra a menudo en qué estrategia exige la realización de dicho socialismo.

Ya destacó Ruiz Miguel que “la socialdemocracia, en cuanto concepto histórico y político, ha sufrido diversos y no leves cambios de significado en su ya secular recorrido”.

La evolución posterior de los partidos socialdemócratas, leemos en Monereo, en Europa después de la Segunda Postguerra Mundial es compleja y con desarrollos que van desde una época dorada, pasando por etapas críticas con el dominio del neoconservadurismo, hasta alcanzar la fase actual –probablemente la más crítica de todas–, caracterizada por una pérdida no sólo de poder y hegemonía, sino también de identidad político-ideológica.

Y así, para Paniagua, la crisis de la socialdemocracia, en los años 70, fue cuando el modelo de ‘estado de bienestar’ no pudo dar respuesta a la fuerte recesión a través de los instrumentos keynesianos.

En definitiva, con Blanco, más que una ideología, la socialdemocracia es el resultado de la aplicación de políticas de izquierdas en sistemas liberales.

 

2.- ¿Se ha agotado la socialdemocracia?

En esto, los comentaristas se muestran aún más críticos.

Hoy, la socialdemocracia está lejos de perseguir los objetivos que estableció cuando se constituyó, y más lejos aún de constituir un referente. Debido, según Aguirre, a la renuncia definitiva a las premisas sobre las que se había construido esa tendencia, aceptando sin ambages el orden neoliberal.

Y sus problemas, para Montagut, derivarían de la propia crisis del sistema.

Además, como explica Stephanie L. Mudge en su libro sobre el izquierdismo reinventado, que reseña J. Tamames, habría que entender los partidos como instituciones que absorben los debates o tensiones en una sociedad y los reflejan atendiendo a criterios ideológicos. Este enfoque de ‘refracción’ presta atención a la capacidad de los partidos para construir infraestructura cultural y examina el papel de las redes profesionales en la creación de intelectuales orgánicos: expertos con capacidad de intermediación entre diferentes actores sociales.

Y en la evolución de la socialdemocracia, si antes había predominado el teórico de partido y luego el teórico económico, aparecen en nuestra época una tríada de referentes. En primer lugar, el economista trasnacional, que no suele resultar popular entre los votantes, y luego surgen otras dos figuras encargadas de gestionar contradicciones: el experto en políticas públicas (tecnócrata) y el estratega político (el especialista en relatos). Todo para se produzcan, dudosamente, réditos electorales a largo plazo.

Por otra parte, de acuerdo con Taibo, la socialdemocracia fomentó una serie de mitos en torno a varias ideas vacías, como las de sociedad civil o de democracia representativa. Y coincide en que, en las últimas décadas, la socialdemocracia se ha “diluido en el magma del orden liberal, e incluso neoliberal”, de modo que habría perdido “sus ya de por sí precarias señas de identidad”.

Más radical, Puy añade, y podemos bien constatarlo en nuestros días, que la socialdemocracia es una ideología típicamente minoritaria. O sea, una ideología para intelectuales que entenderían el socialismo corno una ética que pretende combinar el ocio de pensar el mundo con la fatiga de construirlo. O para gentes que no lo son, pero que gustan atribuirse de ese título nobiliario tan típico de esta época porque no lo concede la soberanía regia, sino la soberanía del cuarto poder, o sea, los medios masivos de difusión. La socialdemocracia, sería en efecto, una actitud psicológica que ha dominado medios culturales, informativos y políticos del último medio siglo. Y se trata, pues, de una proposición emotiva, propia de la refriega política y no de una descripción científica.

 

***

 

Es, si no singular, raro, que a pesar de la existencia en la segunda mitad de nuestro siglo XX de pensadores radicales, o muy radicales en su caso, no hayan desarrollado una práctica política que intentase cambiar el sistema.

Aunque ya sabemos que de la crítica teórica no se puede deducir directamente una transformación política práctica.

 

Podemos considerar a Foucault como paradigma del pensamiento crítico radical. Así, en él, pensar fue impugnar globalmente y sin concesiones la organización de la sociedad, para cuestionar, en definitiva, las relaciones de poder, de todo tipo, que la estructuran.

Para él y otros intelectuales, pensar era no sólo resistir sino cambiar (en teoría) el orden social de forma radical. En ellos, según dice Robert Castel [vide ‘Pensar y resistir’], el trabajo intelectual implicaba una dimensión profundamente crítica que consistía en gran medida en intentar poner al descubierto dichas relaciones de poder.

No obstante, para otros, de esa inconformidad podría derivarse también, en las condiciones presentes, el deseo de reformar ese orden social a falta de poder cambiar dicho orden de forma definitiva.

 


¿Renegar de Foucault?

En cierto sentido, sí. Aunque se siga reconociendo su profundo impacto en la psiquiatría y en el sistema penal. Foucault no estaba realmente interesado en una reforma del sistema, sino más bien, en que, tras las transformaciones estudiadas por él, se viera que las relaciones de poder se mantenían intactas.

Parecería necesario, para Castel, recuperar el viejo debate entre reforma y revolución, considerando las opciones políticas que se presentan en la actualidad.

Si, con Foucault, el poder está en todas partes, impregnando todos los ámbitos, ¿en qué habría que apoyarse para un cambio fundamental del sistema? Por ello se podría plantear, una vez más, el reformismo como un compromiso que trataría de resistir para mejorar el orden de cosas existentes a falta de poder cambiarlo de forma radical.

El reformismo sería, para los posibilistas, una variante del decimonónico socialismo revolucionario, un socialismo (o socialdemocracia) que se pretenderá, otra vez, razonable o moderado. Supondría frente al liberalismo, una presencia fuerte del estado social, con un conjunto de contrapartidas frente a la hegemonía del mercado.

Políticamente, el reformismo ya había sido despreciado y combatido (también por la Intelligentsia) como encarnación de la renuncia a la revolución (con aquella denominación de ‘social-traidores’).

Pero esa relativa aceptación del capitalismo, puede entenderse por algunos como una cierta forma de resistencia a él, una (indulgente) ‘crítica’, con denuncia de la explotación de las relaciones hegemónicas de dominación y de poder. Sería un reformismo de izquierda.

¿Qué es lo que distinguiría ese reformismo de un reformismo de derechas? El papel político que, dicen, se otorgue al derecho y al estado en tanto instituciones que garanticen las condiciones necesarias para el ejercicio de una ciudadanía social.

Un verdadero reformismo de izquierdas debería asegurar una general (no sólo sanitaria) ‘seguridad social mínima garantizada’. Una sociedad únicamente puede ser democrática, creen, si sus miembros gozan no sólo de una ciudadanía política sino también de una ciudadanía social basada en una serie de derechos fundamentales.

Una importante fragilidad del reformismo, no obstante, es el modo en que se limita a aplicar tratamientos paliativos insuficientes a muchos de los efectos derivados del imponente progreso del capitalismo neoliberal.

Y es que el reformismo no sería la panacea, si no se desarrolla, afirma Castel. Habría que tender, mejor, para su trascendencia actual, a una sociedad de semejantes. Una sociedad de semejantes no es una sociedad de iguales, ya que las condiciones sociales no son estrictamente iguales (ni libres) e intercambiables, sino una sociedad en la que cada uno disponga de un mínimo de recursos y de derechos que lo hagan semejante a los demás.

 

En ese caso, recién cumplidos 40 años de su muerte, ¿olvidar a Foucault? (como nos dijo Baudrillard).

Porque “su discurso no es más verdadero que cualquier otro”, aunque llevara a cabo un diagnóstico minucioso de los mecanismos de control de la sociedad.

Parecería que no. (Deleuze decía de alguno "si tiene discípulos que se fastidie, se lo tiene merecido").

Su pensamiento continúa siendo fuente de inspiración en algunos campos, incluso algunos presuntamente más ajenos como, por ejemplo, respecto a la literatura. A partir del análisis de obras de Cervantes, Shakespeare y otros varios, indagó en la relación entre el lenguaje y la locura o el deseo.

Foucault fue un lector apasionado y erudito. Tanto de la literatura francesa como, fundamentalmente, de la norteamericana (‘la gran extranjera’ para él) y, sobre todo, de Faulkner. Su admiración le llevó a hacer, en 1970, un viaje por tierras faulknerianas, en el que subió por el valle del Mississippi hasta Natchez.

Y, ¿es que no se sabe que en este blog es verdadera devoción lo que hay por Faulkner?

 

 

Preparado por Sr. Verle