5.6.20

Conocimiento del medio.

¿Qué ocurre cuando se aproximan y entran en contacto un signo de aire (Géminis) y un signo de agua (Piscis)?
La combinación de signos aire-agua presenta a priori una relación de compatibilidad nada fácil. Serían de naturaleza inicialmente opuesta, al aire se le considera caliente y al agua fría. Y sus mundos son muy diferentes, uno se movería por pensamientos y el otro por sentimientos.

  
(by Wikipedia)

        Pero como el fundamento de todo - ¿lo material y lo espiritual? – tiene que ser o físico o químico, sólo desde esas posiciones científicas tendríamos respuesta a la cuestión planteada, mediante dos alternativas posibles, además.

Bajo la perspectiva del AIRE, en él sólo puede encontrarse disuelta espiritualmente el agua, en forma de vapor. Esa relación únicamente puede ser, por desgracia, entre espíritus, ya que cuando influyen ciertas condiciones ambientales como la disminución de la temperatura (o un signo de fuego si nos referimos a personas), el alma del agua se hace líquida y fluye o migra a nuevas latitudes, la gravedad y/o el gradiente hidráulico (signos de tierra entonces) podrían ser las causas del desplazamiento, haciendo entonces imposible otro amor que no sea espiritual.
       
Bajo la perspectiva del AGUA, en ella puede encontrarse disuelto el aire finamente dividido (diluido) en forma de burbujas de pequeño tamaño. Cada cual permanece en su estado, el agua no exige igualdad, al contrario, ya que haciendo predominar su influencia, el aire viaja entonces al ritmo y la velocidad que impone su vehículo acuoso. Todo se desarrollaría bajo el control del agua, con su poder - ¿de seducción? - hasta que su movimiento envolvente impactase contra un objeto fijo (‘una continuada negativa física’ por ejemplo); se produciría en ese caso, la explosión y destrucción de las burbujas de aire, prisionero que se hallaba en el seno de las aguas, pudiendo dicho fenómeno [cavitación] someter a presiones al propio agua y a posibles daños irreparables a su zona de influencia.

Cuando entren en contacto esos dos signos, los fenómenos físicos lograrán impedir por las causas arriba explicadas, que se desarrolle y formule la química... del amor.

¿Será ése su único destino?
¿O será el argumento de una mala novela o película contemporánea?

(by Google)

3.6.20

Apólogo lunático (y 3).

La taza de té.

En el videoportero se iluminó una cara conocida.
 - Abre, que subimos.
Se escuchó coincidiendo con mi activación de la apertura. Mi hermana me visita, como algún que otro sábado, con pretextos familiares y de paso comprueba que sigue sin gustarme dar por otros medios señales de mi vida.
–Íbamos de paseo y pasábamos por tu barrio.
Me dicen al entrar.
Ha venido acompañada de una amiga a la que hace siglos yo no veía, quien me acerca mejillas que la tarde ha enfriado y compruebo que su cuerpo ha ganado madurez y hermosura en las distancias cortas. A esta hora, les ofrezco café, que yo ya había bebido, pero ya nadie toma sino hierbas infusas. Por suerte, en la alacena, me han dejado suficiente té rojo para servir dos tazas en la vajilla buena mientras se va la tarde junto con las palabras.
Aun teniendo que irse, sus maridos esperan, las frases se prolongan, los cigarros se apuran con la luna en menguante. Cálida e íntima, la conversación no ha detenido sonrisas ni miradas entre la amiga y yo. Recojo la vajilla y me turba un momento la huella de carmín que su boca ha pintado en blanca porcelana.
En la cocina, con su taza en la mano, como un autómata, la acerco lentamente a mis labios para que coincidiendo… pero, no he notado que nadie me siguiera, unas manos me giran la cabeza y una boca me besa con ansia prolongando lo que yo ya sentía. Una voz fraternal sobresalta los cuerpos:
 -¡Pero chica, qué haces!
Y la taza en mi mano desliza e igual que mi deseo se hace añicos contra el pavimento.
Desde entonces una mujer de senos apacibles se ha grabado profundamente en mis sueños y ahora sí puedo recuperar el consejo de una escritora danesa: “Todas las penas pueden soportarse si contamos una historia sobre ellas”.



1.6.20

Apólogo lunático (2).

Casi quince minutos.


En un atardecer cercano, la charla cómplice con una buena amiga, joven y estudiante de música, me deparó el rescate de alguna página mía en que, amateur pretencioso, comentaba el cuarteto de cuerda nº 14 en re menor de Franz Schubert y de esta forma, refugiados ese viernes otoñal con eclipse de luna llena, en el fuego intimador de una generosa chimenea, a propósito del segundo movimiento del mismo, comencé a leerle a media voz mis notas, adyacentes los cuerpos cuando la luz caía:

‘Todo comienza con un acercamiento sistemático con suavidad hasta el inicio de la aceptación de la concordancia en un proceso de palpable potenciación y una continua producción de valles y cimas alternados como posturas que varían para alcanzar, con un acoplamiento rítmico, intensidades progresivas. Unas alternancias pues, que consiguen vencer la resistencia al desencadenamiento total del flujo interior y que culminan al final con la suavidad del movimiento lento que paulatinamente cesa tras la plenitud’.

Con unos pícaros ojos grises, capaces de hacerte prisionero, me miró sonriente y con esa intrepidez que suministra la mocedad me propuso que le suscitara, en aquel mismo momento, esas excitantes sensaciones que, según yo, encerraba el sugestivo andante con moto. Un amplio sofá cercano y la magnífica versión ejecutada por el Cuarteto Amadeus en el tocadiscos, nos sirvieron, desnudos, para un ayuntamiento que cabalmente engarzado de principio a fin a cada acorde de esa maravilla musical y siguiendo su ritmo turbador, colmó sus expectativas y demostró carnalmente mi planteamiento.

Fue para que nos hubiesen filmado en una película.

Soñoliento y gozoso, pensé, tras la recomendable experiencia de la cópula musicada, que Schubert debería haber titulado a su cuarteto D 810, ‘La petite morte et la petite demoiselle’. Sería más exacto, si se utiliza a tal fin.