7.8.24

Cultura o Civilización (y III)

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 III

 Cronológicamente, el primer pensador español con interés por la esencia y marcha de la civilización y de la cultura fue Donoso Cortés, quien sostuvo la distinción entre civilización y cultura.

Según él civilización habría que referirla al posible perfeccionamiento o progreso del individuo y de la sociedad en el plano de los valores del espíritu. En cambio, la cultura habría que referirla al progreso humano individual y colectivo en el plano de los valores materiales. Esa doble designación se refería a una doble vertiente del fenómeno global del progreso y desarrollo humano.

No es que Donoso niegue, en absoluto, que el hombre pueda progresar a lo largo de la historia. Pero subraya la distinción entre ‘progreso’ y ‘perfección’. Por eso distinguió entre la ley del progreso y la ley de la perfección. Progreso sería equivalente más a cultura y perfección a civilización. En todo caso, la posibilidad de perfeccionarse, o mejor, de progresar, ha de concretarse dentro de ciertas coordenadas. En primer lugar, tengamos en cuenta la distinción antes hecha entre cultura y civilización. Según esa distinción los pueblos pueden mejorar, crear valores nuevos en el campo de la cultura, pero no en el campo de la civilización. Según él, los griegos y los romanos crearon cultura, pero no civilización. Porque “la cultura es el barniz, y nada más que el barniz de las civilizaciones”.

Para él, cultura y civilización son dos etapas comparables a las de la maduración de un ser viviente. Pero, al contrario de Spengler, para Donoso no es la civilización decadencia de la cultura, sino la cultura, ascenso hacia la civilización.

Donoso criticó así la idea que los racionalistas tienen sobre el origen y avance de las culturas y civilizaciones. Según esta ley que llaman los racionalistas del progreso, los hombres comenzaron a vivir una vida áspera y salvaje; han vivido luego una vida trabajadora y cazadora; después una vida errátil y pastoril; más adelante, vida asentada y quieta, hasta llegar al estado y punto en que hoy estamos, escribe con ironía Donoso. Para aquellos la sociedad y el hombre van pasando juntamente de un progreso a otro progreso e incluso de una perfección a otra perfección.

Sería entonces la humanidad –en contra de lo que sostiene Donoso- la que obra exclusivamente su propia transformación por medio de todos estos progresos y de todas estas perfecciones.

También Unamuno enfocó el problema de la cultura. Para él, la cultura es el precipitado de la civilización. “La civilización es la matriz que contiene los elementos de cultura aún no individualizados (…) las reservas nutritivas de nuestro espíritu. Pero contiene a la vez los detritus, residuos y excrementos, y cuando éstos sobrepujan a aquellos otros elementos, la desintegración empieza y avanza”. Sin embargo la cultura a que hace referencia no es la intelectual ni la técnica, sino, ante todo, la espiritual.

No incidentalmente, Ortega y Gasset hizo de la cultura un tema favorito y hasta central en su pensamiento. Según él, de la cultura, como de la civilización, sólo cabe un concepto formal: “Cultura es el conjunto de reacciones intelectuales y prácticas en que se realizan ciertas normas ungidas para nosotros de un valor absoluto y decisivo”.

Ha sido este aspecto de la cultura como reacción frente a la vida el más estudiado por el filósofo madrileño. Junto al imperativo cultural está el imperativo vital. Así, frente a belleza, deleite.

Que Ortega proteste contra el racionalismo no quiere decir que propugne una vuelta rousseauniana a la espontaneidad primitiva. Lo cultural es, para él, lo vital. Lo que él defiende es una complementaridad de valores (raciovitalismo). Ya que cultura sería “el sistema vital de las ideas en cada tiempo”.

 

Notas:

Donoso Cortés, J.- Obras completas, I,  B.A.C., Madrid 1946.

Unamuno, M.- Ensayos, I. Aguilar, Madrid 1958.

Ortega y Gasset, J.- Obras completas, III. Editorial Revista de Occidente, Madrid 1957.

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Cultura o Civilización (II)

 

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II

 Una aproximación más afinada al  significado del término cultura,  es la que establece la analogía entre la dimensión psíquica o espiritual de la persona individual y la de la sociedad.

Esta analogía, teórica y funcional, se ha revelado fructífera y desde esa perspectiva, tal y como ha destacado Braudel, el concepto de civilización, surgiría a lo largo del siglo XVIII e inicialmente se identificó con la forma de vida y los conocimientos de las sociedades avanzadas’, contraponiéndose al término de ‘barbarie’ que se atribuía a la forma de vida y los conocimientos de los pueblos colonizados’.

Las definiciones simples de realidades complejas rara vez son claras y exhaustivas. Dar una definición simple de civilización equivale a caer en el pecado tautológico contrario: la indefinición.

 La civilización es una realidad que se puede sentir, pero que no se deja apresar. Braudel sintetiza su búsqueda del término. Civilización, como paso a un estado ‘civilizado’.

Ahora bien, según Lévi-Strauss, la cultura sería “el atributo distintivo de la condición humana”. Pero la calidad del pensamiento humano es idéntica, la mente humana es en todas partes la misma cosa, con las mismas capacidades. Y la raíz de la diversidad es la raíz de la cultura.

Las condiciones de especificidad, singularidad y originalidad de la cultura, se origina en el trasfondo de la prehistoria, en torno al año 3500 a.C.

La cultura es, genéricamente, una concepción del mundo, que percibe e interpreta a éste según cuatro tipologías distintas: mágica, mítica, simbólica e intelectual.

La civilización es un proceso, pero la cultura sigue también un ritmo ascensional. La cultura no es material, sino espiritual: la historia de la cultura es la historia del espíritu, el mundo de las ideas, que son atacadas por la acción disolvente del pensamiento ilustrado, el racionalismo especulativo de origen francés, acompañado del empirismo utilitarista inglés.

La parte de la cultura que es aplicable tanto a la masa como a la élite es la civilización, entendida en el sentido estricto y relativamente superficial de ciertos usos y costumbres que surgen como experiencia organizada de un modo de vida que representa una nueva condición humana que  se opone al estado selvático. La reducción convencional del concepto que es más apropiada se orienta a una asimilación de la civilización occidental, no ya sólo como modo de vida, sino como modelo de vida.

Ya en Kant y Rousseau, que oponían la sociedad o estado civil al estado de barbarie o naturaleza, civilización alude al tránsito de una a otra, que se personifica esencialmente en la adopción de unas actitudes civilizadas. Este proceso vigente en Europa desde finales de la Edad Media, sufrió una profunda transformación en el siglo XVIII, que culmina con el fenómeno revolucionario de 1789, dando lugar en los siglos posteriores a manifestaciones de índole aún más compleja.

Y así, como ya se ha indicado, los franceses, británicos y norteamericanos utilizarán el término civilización para referirse al conjunto de elementos espirituales que posee una sociedad, nacional o internacional, mientras que el término cultura lo aplicarán preferentemente a los aspectos espirituales que caracterizan la personalidad de los individuos.

En definitiva, para los especialistas de esos países los conceptos de civilización y cultura hacen referencia siempre a la dimensión inmaterial que comparten los seres humanos. No obstante, mientras el primero de estos conceptos se atribuye a los fenómenos inmateriales comunes a toda una sociedad, el segundo sólo se refiere a los fenómenos inmateriales específicos de las personas.

Un ejemplo significativo de esta concepción del término civilización lo encontramos en la definición que nos aporta Huntington cuando escribe:

“Una civilización es la entidad cultural más amplia. (...) una civilización es el agrupamiento cultural humano más elevado y el grado más amplio de identidad cultural que tienen las personas”.

Así, el concepto de civilización aludiría a cuatro características esenciales. Es el grado de desarrollo alcanzado por la técnica. También significa el tipo de modales reinantes. El estado de los conocimientos científicos. Y representa las ideas religiosas y las costumbres. Que en el caso de Francia e Inglaterra aparece como el orgullo de la nación propia. En Alemania no se concibe la nación como un contrato, sino como algo originario.

 En un plano histórico-social, la civilización consagra la elevación de la burguesía que así se diferencia del pueblo llano. Durante la Revolución Francesa, los valores republicanos emprendieron la exportación de sus ideales, los derechos del hombre son los derechos del ciudadano, como una consecución de sus intereses, en nombre precisamente de la civilización. Esta, como forma de vida, se opone a la tradición.

  Un componente axiológico subyace al concepto de civilización, dentro de la ideología moderna, o conjunto de representaciones comunes características de la civilización moderna. Las raíces de esta ideología moderna parten de la noción de civilité. La civilité representa simbólicamente una formación social que se manifiesta en diversas nacionalidades y en distintas lenguas. En el segundo cuarto del siglo XVI, la civilité es, esencialmente, una modificación del comportamiento a nivel individual y a nivel colectivo y se expandió, principalmente a lo largo del siglo XVII en Francia, y en Inglaterra y los Países Bajos, para constituirse de civilité en ‘civilización’, a partir del siglo XVIII.

El concepto francés de civilización —de la misma forma que el alemán de cultura— surgió entonces en la segunda mitad del siglo XVIII. Aunque su proceso de constitución, sus funciones y su significado son completamente diferentes. Ya en el siglo XVII, las cortes alemanas quisieron reproducir a escala el esplendor de la francesa. El conocimiento de las reglas clásicas permitió un acceso universal a la avanzada cultura francesa que era el lenguaje de la civilización. Buenas maneras, civilité, espíritu cortesano: claves para una hermandad de seres iluminados por la razón. El choque tiene lugar cuando la civilización francesa deja de ser cortesana y comienza a  ser burguesa.

La civilización sería propia de ingleses y franceses, que sólo buscaban su expansión comercial e industrial, explotando los territorios y sus habitantes, sin otro ánimo que el lucro y la rapiña. No les guía el respeto al pasado de los pueblos.

Para una visión romántica -o idealista, o alemana- de la cultura, fue preciso que la noción de civilización, que connota un conjunto de aptitudes generales, universales y transmisibles, cediera su puesto a la cultura, considerada en un sentido nuevo, en cuanto que ya denota otros tantos estilos particulares de vida, no transmisibles, comprensibles bajo la forma de producciones concretas -técnicas, usos, costumbres, instituciones, creencias- y que corresponden a valores observables, en vez de a verdades.

De una manera mucho más general y sin una implicación político-revolucionaria directa, el mundo germánico introdujo, desde principios del siglo XIX, un rival del concepto de civilización: la cultura (die Kultur). En las tradiciones germana y eslava, ésta última por influencia de la primera, el término de cultura designa el substrato de elementos espirituales compartidos por los miembros de una sociedad, mientras que el término civilización se atribuye a las condiciones de vida que desarrolla esa misma sociedad, cuya plasmación más directa se aprecia en las formas de organización política y económica, así como en los elementos materiales. Es aquí donde se presenta a plena luz del día, y en un prolongado debate, con el aspecto del conflicto entre nociones competidoras y con diferentes denominaciones, la oposición interna entre componentes complementarias que algunos autores habían procurado contener dentro del concepto único de civilización.

La diferenciación ya estaba presente implícitamente en Marx entre la ‘estructura’ socio-económica y la ‘superestructura’ político-cultural.

Nietzsche no fue el primero en intervenir en la discusión, pero, de acuerdo con su propia disposición, da a los términos antitéticos una expresión vehemente: la civilización no es más que domesticación, represión, encogimiento del individuo; la cultura, por el contrario, puede ir a la par con la decadencia de las sociedades, pues consiste en la expansión de las energías individuales [en De la herencia de los años 80]:

 “Cultura contra Civilización. Las cumbres de la cultura y de la civilización están muy alejadas unas de otras: no hay que confundirse, las separa un antagonismo profundo como un abismo. Los grandes momentos de la cultura siempre fueron, moralmente hablando, tiempos de corrupción; y, por el contrario, las épocas de la domesticación querida y forzada del hombre ("Zivilisation") fueron tiempos de intolerancia para las naturalezas más espirituales y más audaces. La civilización quiere otra cosa que la cultura: tal vez lo inverso”. (*)

 (*) Vide F. Nietzsche, "Aus dem Nachlass der Achtzigerjahre", en Werke, edición de Schlechta, 4 vols. Munich, 1956, t. III, p. 837.

Al respecto, en un texto fechado en 1914, Thomas Mann escribe: "El alma alemana es demasiado profunda para que la civilización sea para ella una noción superior y hasta la más elevada de todas. La corrupción y el desorden del aburguesamiento son para ella un objeto de horror ridículo". Y también: "La política es cosa de la razón, la democracia y la civilización; la moral, en cambio, es cosa de la cultura y el alma" ("Gedanken im Kriege”, en Die neue Rundschau 25. 1914, cuaderno II, pp. 1478 y 1474).

 Sin embargo, a pesar de la diferencia entre esas dos tradiciones académicas, ambas admiten que tanto la civilización como la cultura resultan esenciales para la existencia de las sociedades.

A mayor abundamiento, Duverger por su parte, aunque acepta la dimensión inmaterial como elemento definitorio de la cultura, tal y como corresponde a la tradición académica francesa, intenta superar las limitaciones que ello acarrea estableciendo una distinción entre la ‘cultura’ y los ‘conjuntos culturales’.

La “cultura (...) designa las creencias, las ideologías y los mitos, es decir, las representaciones colectivas de una comunidad, que son en cierta medida sus elementos espirituales y psicológicos, mientras que las técnicas y las instituciones constituyen más bien los elementos materiales. (...) Para evitar toda confusión denominaremos ‘conjuntos culturales’ a las culturas en el sentido amplio del término. Denominaremos, por el contrario, ‘creencias’ a los elementos propiamente culturales de un grupo, por oposición a las instituciones y a las técnicas, es decir, a las culturas en el sentido restringido del término.”

Sustenta la tesis de que los ‘conjuntos culturalesse van articulando históricamente de forma diferenciada aunque permiten contemplarlos como partes de agrupaciones más amplias a las que denomina ‘civilizaciones’. Para este autor, las civilizaciones son realidades sociales surgidas históricamente como consecuencia de la aglutinación de los conjuntos culturales o por evolución de alguno de ellos.

Considerando esta tesis, podemos establecer una distinción entre la civilización universal y las civilizaciones particulares, que se corresponderían con sus conjuntos culturales, y que podemos definirlas como los diferentes elementos espirituales y materiales que definen una forma de vida y que son comunes a varias culturas como consecuencia de una historia compartida entre ellas.

Duverger se aproxima bastante a Braudel, cuando afirma: “En la actualidad, civilización sería más bien y sobre todo el bien común que se reparten desigualmente todas las civilizaciones” los bienes que “se han convertido en bienes colectivos de la civilización.”

Si desde esta perspectiva, aceptásemos la definición del término civilización que formulara Braudel, resulta posible conjugarla con el término de cultura en la medida en que ésta significaría los diferentes elementos espirituales, históricos y materiales que configuran la conciencia o identidad colectiva y las formas de vida  de los miembros de una determinada sociedad.

Si en la Antigüedad hubo además de ‘culturas’, varias ‘civilizaciones’, en la actualidad existe, unido a ‘cultura’ y ’culturas’, una gran ‘civilización’, con pretensiones hegemónicas, cuyas dimensiones se expanden en sentido cualitativo y cuantitativo.

El concepto de civilización moderna ostenta varios caracteres definitivos. El primer rasgo es su carácter internacional y supranacional. Las civilizaciones particulares se disuelven en una única civilización. El rasgo siguiente proviene como sistema complejo y solidario.

El sistema integra no sólo realidades materiales, sino expresión del mundo de las ideas o los valores contenidos en la propia civilización (*).

 (*) El aporte clasificatorio de O. Spengler [La decadencia de Occidente. Madrid, Espasa-Calpe, 1989] es interesante: proponía la cultura como un ente vivo, así toda cultura (ente superior) concluye siendo una civilización (ente degradado). Y es que la antítesis cultura-civilización desempeña un papel capital en la obra de Spengler.

 La civilización moderna parece obedecer al designio de ser la civilización humana, superpuesta a la diversidad cultural. La uniformidad, la estandarización, puede contemplarse como pérdida de valores autóctonos, o, por el contrario, puede ser vista como el paso del estado selvático a un estado de bienestar.

La inserción del individuo o sujeto, persona o ser humano en los diferentes tipos de sociedad que existen en el mundo de hoy —más diacrónico que sincrónico— marca su pertenencia o su exclusión al mundo civilizado, estar ‘dentro’ o estar ‘fuera’, formar, dentro del sistema, parte de la estructura, o esperar, fuera del sistema, a que  éste le incorpore a uno.

 [contuinúa]

 

Bibliografía General:

 - Braudel, F. (1970).- Le monde actuel. Histoire et civilisations. Edit. Librairie Classique Eugène Belin. París, s/f. de edición (traducción de J. Gómez Mendoza y Gonzalo Anes.- Las civilizaciones actuales. Estudio de la historia económica y social. Edit. Tecnos. Madrid, 1ª ed., 2ª reimp.).

- Huntington, S.P. (1997).- The Clash of civilizations and  the remaking  of world order. Edit. Simon & Schuster. Nueva York, 1996. (traducción al castellano de José Pedro Tosaus Abadía.- El choque de civilizaciones y la reconfiguración del orden mundial. Edit. Paidós. Barcelona, 1ª ed., 1ª reimp).

- Singer, M. (1974).- "Cultura. Concepto".- Sills, D.L. (dir.). International Encyclopedia of the Social Sciences. Edit. Macmillan Cº and Free Press. Nueva York, 1968. (versión castellana dirigida por Cervera Tomas, V.- Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales. Edit. Aguilar. Madrid, vol. 3).

- Duverger, M. (1972).- Sociologie politique.- Edit. Presses Universitaires de France. Paris, 1966  (traducción  al  castellano  de  Jorge  de  Esteban.-  Sociología  política.  Edit.  Ariel. Barcelona, 3ª ed.).