II
Una
aproximación más afinada al significado del término cultura, es la que establece la analogía entre la
dimensión psíquica o espiritual de la persona individual y la de la sociedad.
Esta analogía,
teórica y funcional, se ha revelado fructífera y desde esa perspectiva, tal y
como ha destacado Braudel, el
concepto de civilización, surgiría
a lo largo del siglo XVIII e inicialmente se identificó con la ‘forma
de vida y los conocimientos de las sociedades avanzadas’,
contraponiéndose al término de ‘barbarie’
que se atribuía a la ‘forma de vida y los conocimientos de los
pueblos colonizados’.
Las definiciones
simples de realidades complejas rara vez son claras y exhaustivas. Dar una
definición simple de civilización equivale a caer en el pecado tautológico
contrario: la indefinición.
La civilización es una realidad que se puede
sentir, pero que no se deja apresar. Braudel sintetiza su búsqueda del término.
Civilización, como paso a un estado ‘civilizado’.
Ahora bien, según
Lévi-Strauss, la cultura sería “el
atributo distintivo de la condición humana”. Pero la calidad del
pensamiento humano es idéntica, la mente humana es en todas partes la misma
cosa, con las mismas capacidades. Y la raíz de la diversidad es la raíz de la
cultura.
Las condiciones de
especificidad, singularidad y originalidad de la cultura, se origina en el
trasfondo de la prehistoria, en torno al año 3500 a.C.
La cultura es,
genéricamente, una concepción del mundo, que percibe e interpreta a éste según
cuatro tipologías distintas: mágica, mítica, simbólica e intelectual.
La civilización es un
proceso, pero la cultura sigue también un ritmo ascensional. La cultura no es
material, sino espiritual: la historia de la cultura es la historia del
espíritu, el mundo de las ideas, que son atacadas por la acción disolvente del
pensamiento ilustrado, el racionalismo especulativo de origen francés,
acompañado del empirismo utilitarista inglés.
La parte de la
cultura que es aplicable tanto a la masa como a la élite es la civilización,
entendida en el sentido estricto y relativamente superficial de ciertos usos y
costumbres que surgen como experiencia organizada de un modo de vida que
representa una nueva condición humana que
se opone al estado selvático. La reducción convencional del concepto que
es más apropiada se orienta a una asimilación de la civilización occidental, no
ya sólo como modo de vida, sino como modelo de vida.
Ya en Kant y
Rousseau, que oponían la sociedad o estado civil al estado de barbarie o
naturaleza, civilización alude al tránsito de una a otra, que se personifica
esencialmente en la adopción de unas actitudes civilizadas. Este proceso
vigente en Europa desde finales de la Edad Media, sufrió una profunda
transformación en el siglo XVIII, que culmina con el fenómeno revolucionario de
1789, dando lugar en los siglos posteriores a manifestaciones de índole aún más
compleja.
Y así, como ya se ha
indicado, los franceses, británicos y norteamericanos utilizarán el
término civilización para
referirse al conjunto de elementos espirituales que posee una sociedad,
nacional o internacional, mientras que el término cultura lo aplicarán preferentemente a los
aspectos espirituales que caracterizan la personalidad de los individuos.
En definitiva, para
los especialistas de esos países los conceptos de civilización y cultura hacen
referencia siempre a la dimensión inmaterial que comparten los seres humanos.
No obstante, mientras el primero de estos conceptos se atribuye a los fenómenos inmateriales comunes a toda
una sociedad, el segundo sólo se refiere a los fenómenos inmateriales
específicos de las
personas.
Un ejemplo significativo
de esta concepción del término civilización
lo encontramos en la definición que nos aporta Huntington cuando escribe:
“Una civilización es la entidad cultural más
amplia. (...) una civilización es el agrupamiento
cultural humano más elevado y el grado más amplio de identidad cultural que
tienen las personas”.
Así, el concepto de
civilización aludiría a cuatro características esenciales. Es el grado de
desarrollo alcanzado por la técnica. También significa el tipo de modales
reinantes. El estado de los conocimientos científicos. Y representa las ideas
religiosas y las costumbres. Que en el caso de Francia e Inglaterra aparece
como el orgullo de la nación propia. En Alemania no se concibe la nación como
un contrato, sino como algo originario.
En un plano histórico-social, la civilización
consagra la elevación de la burguesía que así se diferencia del pueblo llano.
Durante la Revolución Francesa, los valores republicanos emprendieron la
exportación de sus ideales, los derechos del hombre son los derechos del
ciudadano, como una consecución de sus intereses, en nombre precisamente de la
civilización. Esta, como forma de vida, se opone a la tradición.
Un componente axiológico subyace al concepto
de civilización, dentro de la ideología moderna, o conjunto de representaciones
comunes características de la civilización moderna. Las raíces de esta
ideología moderna parten de la noción de civilité.
La civilité representa simbólicamente
una formación social que se manifiesta en diversas nacionalidades y en distintas
lenguas. En el segundo cuarto del siglo XVI, la civilité es, esencialmente, una modificación del comportamiento a
nivel individual y a nivel colectivo y se expandió, principalmente a lo largo
del siglo XVII en Francia, y en Inglaterra y los Países Bajos, para
constituirse de civilité en
‘civilización’, a partir del siglo XVIII.
El concepto francés
de civilización —de la misma forma que el alemán de cultura— surgió entonces en
la segunda mitad del siglo XVIII. Aunque su proceso de constitución, sus funciones
y su significado son completamente diferentes. Ya en el siglo XVII, las cortes
alemanas quisieron reproducir a escala el esplendor de la francesa. El
conocimiento de las reglas clásicas permitió un acceso universal a la avanzada
cultura francesa que era el lenguaje de la civilización. Buenas maneras, civilité, espíritu cortesano: claves
para una hermandad de seres iluminados por la razón. El choque tiene lugar
cuando la civilización francesa deja de ser cortesana y comienza a ser burguesa.
La civilización sería
propia de ingleses y franceses, que sólo buscaban su expansión comercial e
industrial, explotando los territorios y sus habitantes, sin otro ánimo que el
lucro y la rapiña. No les guía el respeto al pasado de los pueblos.
Para una visión romántica
-o idealista, o alemana- de la cultura, fue preciso que la noción de
civilización, que connota un conjunto de aptitudes generales, universales y
transmisibles, cediera su puesto a la cultura, considerada en un sentido nuevo,
en cuanto que ya denota otros tantos estilos particulares de vida, no
transmisibles, comprensibles bajo la forma de producciones concretas -técnicas,
usos, costumbres, instituciones, creencias- y que corresponden a valores
observables, en vez de a verdades.
De una
manera mucho más general y sin una implicación político-revolucionaria directa,
el mundo germánico introdujo, desde principios del siglo XIX, un rival del
concepto de civilización: la cultura (die
Kultur). En las tradiciones germana
y eslava, ésta última por influencia de la primera, el término de cultura designa el substrato de elementos espirituales compartidos por los miembros de una
sociedad, mientras que el término civilización se atribuye a las condiciones de vida que desarrolla esa misma
sociedad, cuya plasmación más directa se aprecia en las formas de
organización política y económica, así como en los elementos materiales. Es aquí donde se presenta a
plena luz del día, y en un prolongado debate, con el aspecto del conflicto
entre nociones competidoras y con diferentes denominaciones, la oposición
interna entre componentes complementarias que algunos autores habían procurado
contener dentro del concepto único de civilización.
La diferenciación ya
estaba presente implícitamente en
Marx entre la ‘estructura’
socio-económica y la ‘superestructura’ político-cultural.
Nietzsche
no fue el primero en intervenir en la discusión, pero, de acuerdo con su propia
disposición, da a los términos antitéticos una expresión vehemente: la civilización no es más que domesticación,
represión, encogimiento del individuo; la cultura,
por el contrario, puede ir a la par con la decadencia de las sociedades, pues
consiste en la expansión de las energías individuales [en
De la herencia de los años 80]:
“Cultura contra Civilización. Las cumbres de la cultura y de la
civilización están muy alejadas unas de otras: no hay que confundirse, las
separa un antagonismo profundo como un abismo. Los grandes momentos de la
cultura siempre fueron, moralmente hablando, tiempos de corrupción; y, por el
contrario, las épocas de la domesticación querida y forzada del hombre ("Zivilisation")
fueron tiempos de intolerancia para las
naturalezas más espirituales y más audaces. La civilización quiere otra cosa
que la cultura: tal vez lo inverso”. (*)
(*)
Vide F. Nietzsche, "Aus dem
Nachlass der Achtzigerjahre", en Werke, edición de Schlechta, 4 vols.
Munich, 1956, t. III, p. 837.
Al respecto, en un texto fechado en 1914, Thomas
Mann escribe: "El alma alemana es
demasiado profunda para que la civilización sea para ella una noción superior y
hasta la más elevada de todas. La corrupción y el desorden del aburguesamiento
son para ella un objeto de horror ridículo". Y también: "La política
es cosa de la razón, la democracia y la civilización; la moral, en cambio, es
cosa de la cultura y el alma" ("Gedanken im Kriege”, en Die neue
Rundschau 25. 1914, cuaderno II, pp. 1478 y 1474).
Sin embargo, a pesar
de la diferencia entre esas dos tradiciones académicas, ambas admiten que tanto
la civilización como la cultura resultan esenciales para la
existencia de las sociedades.
A mayor abundamiento,
Duverger por su parte, aunque
acepta la dimensión inmaterial como elemento definitorio de la cultura, tal y
como corresponde a la tradición académica francesa, intenta superar las
limitaciones que ello acarrea estableciendo una distinción entre la ‘cultura’ y los ‘conjuntos culturales’.
La “cultura (...) designa las creencias, las ideologías y los mitos, es decir, las
representaciones colectivas de una comunidad, que son en cierta medida sus
elementos espirituales y psicológicos, mientras que las técnicas y las
instituciones constituyen más bien los elementos materiales. (...) Para evitar toda confusión denominaremos ‘conjuntos culturales’ a las culturas
en el sentido amplio del término. Denominaremos, por el contrario, ‘creencias’ a los elementos propiamente
culturales de un grupo, por oposición a las instituciones y a las técnicas, es
decir, a las culturas en el sentido restringido del término.”
Sustenta la tesis de
que los ‘conjuntos culturales’ se
van articulando históricamente de forma diferenciada aunque permiten
contemplarlos como partes de agrupaciones más amplias a las que denomina ‘civilizaciones’.
Para este autor, las civilizaciones son
realidades sociales surgidas históricamente como consecuencia de la
aglutinación de los conjuntos culturales o por evolución de alguno de ellos.
Considerando esta tesis,
podemos establecer una distinción entre la civilización universal y las civilizaciones particulares,
que se corresponderían con sus conjuntos culturales, y que
podemos definirlas como los diferentes
elementos espirituales y materiales que definen una forma de vida y que son
comunes a varias culturas como consecuencia de una historia compartida entre
ellas.
Duverger se aproxima bastante
a Braudel, cuando afirma: “En la actualidad, civilización sería más bien y sobre todo el bien común que se reparten
desigualmente todas las civilizaciones” los bienes que “se han
convertido en bienes colectivos de la civilización.”
Si desde esta
perspectiva, aceptásemos la definición del término civilización que formulara Braudel,
resulta posible conjugarla con el término de cultura en la medida en que ésta significaría los diferentes elementos espirituales,
históricos y materiales que configuran la conciencia o identidad colectiva y
las formas de vida de los miembros de
una determinada sociedad.
Si en la Antigüedad hubo
además de ‘culturas’, varias ‘civilizaciones’, en la actualidad existe, unido a
‘cultura’ y ’culturas’, una gran ‘civilización’, con pretensiones hegemónicas,
cuyas dimensiones se expanden en sentido cualitativo y cuantitativo.
El concepto de
civilización moderna ostenta varios caracteres definitivos. El primer rasgo es
su carácter internacional y supranacional. Las civilizaciones particulares se
disuelven en una única civilización. El rasgo siguiente proviene como sistema
complejo y solidario.
El sistema integra no
sólo realidades materiales, sino expresión del mundo de las ideas o los valores
contenidos en la propia civilización (*).
(*) El aporte
clasificatorio de O. Spengler [La decadencia de Occidente. Madrid,
Espasa-Calpe, 1989] es interesante: proponía la cultura como un ente vivo, así
toda cultura (ente superior) concluye siendo una civilización (ente degradado).
Y es que la antítesis cultura-civilización desempeña un papel capital en la
obra de Spengler.
La civilización
moderna parece obedecer al designio de ser la civilización humana, superpuesta
a la diversidad cultural. La uniformidad, la estandarización, puede
contemplarse como pérdida de valores autóctonos, o, por el contrario, puede ser
vista como el paso del estado selvático a un estado de bienestar.
La inserción del
individuo o sujeto, persona o ser humano en los diferentes tipos de sociedad
que existen en el mundo de hoy —más diacrónico que sincrónico— marca su
pertenencia o su exclusión al mundo civilizado, estar ‘dentro’ o estar ‘fuera’,
formar, dentro del sistema, parte de la estructura, o esperar, fuera del
sistema, a que éste le incorpore a uno.
[contuinúa]
Bibliografía General:
- Braudel,
F. (1970).- Le monde
actuel. Histoire et civilisations. Edit. Librairie Classique Eugène Belin.
París, s/f. de edición (traducción de J. Gómez Mendoza y Gonzalo Anes.- Las
civilizaciones actuales. Estudio de la historia económica y social. Edit. Tecnos. Madrid, 1ª ed., 2ª reimp.).
- Huntington, S.P. (1997).- The Clash of civilizations and the remaking
of world order. Edit. Simon & Schuster. Nueva York, 1996. (traducción
al castellano de José Pedro Tosaus Abadía.- El choque de civilizaciones y la
reconfiguración del orden mundial. Edit. Paidós. Barcelona, 1ª ed., 1ª reimp).
- Singer, M. (1974).-
"Cultura. Concepto".- Sills,
D.L. (dir.). International Encyclopedia
of the Social Sciences. Edit. Macmillan Cº and Free Press. Nueva York,
1968. (versión castellana dirigida por Cervera
Tomas, V.- Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales. Edit. Aguilar. Madrid, vol. 3).
- Duverger, M. (1972).- Sociologie politique.- Edit. Presses
Universitaires de France. Paris, 1966 (traducción al
castellano de Jorge
de Esteban.- Sociología
política. Edit. Ariel. Barcelona, 3ª ed.).