29.1.21

Transcelan

POEMAS DE ALEJANDRÍA
[circa 1929]
II
Aquí hubo un faro de ciento veinte metros para orientar a los navegantes. Aquí nació la geometría, y la sabiduría tuvo un templo y los números florecieron en todo su esplendor; y por su sombra se calculó el tamaño de la tierra. Aquí hubo un dios conciliador entre todos los dioses, y los hombres de diversas creencias lo admitían. Ahora reina la desolación, cercenados belleza, diálogo, saber. El desierto se extiende como una herida abierta. Todo raudal de voz se pierde de inmediato en las arenas.
Balthazar Transcelan. Traducción de Clara Janés. Adamar Ediciones. Madrid, 2008.
***
Un auténtico livre de poche, minúsculo alamar que, por mediación de Clara Janés, poeta y editora (como su padre), nos enjoya la biblioteca. Poemas de un transeúnte para y por una ciudad, en otra hora astronómica y astrológica. Luz, ciencia, conocimiento, vida: lo que ahora añoramos de nuestras ciudades. Al leer los poemas de Transcelan, nos trascienden los constructos que han elevado a Alejandría a la categoría de mito… El faro famoso, maravilla del mundo, cuyo acceso en helicoide conducía a lo más alto, donde una estatua giratoria con su índice seguía al sol. O sus hombres de ciencia; allí, Euclides escribió su compendio de geometría, Apolonio inició el estudio de las cónicas, Eratóstenes midió el perímetro de la tierra basándose en la sombra que arrojaba el sol y Aristarco de Samos predijo que la tierra orbitaba alrededor del sol. No sabemos, indica Clara Janés, cuál era la nacionalidad de Transcelan ni si los poemas fueron escritos originalmente en inglés o si él los tradujo. No importa, los poemas de Transcelan son, como ella nos sugiere, el espejo y la piedra transparente que se hallaban en el fanal del faro.
Preparado por Z. (fotografías by Google)

25.1.21

Acerca de 'Justine'


“En la gran calma de estas tardes de invierno hay un reloj: el mar. Su palpitación confusa que se prolonga en la mente es la fuga sobre la cual se compone este relato. Vacías cadencias de las olas que lamen sus propias heridas,…vacías, eternamente vacías…”


(L. D.)

Deslumbrados por lo escrito por Lawrence Durrell en las primeras páginas de ‘Justine’ [El cuarteto de Alejandría] (Ed. Edhasa) y cautivados por el flash-back que allí se nos propone ya no podremos evitar su lectura, en la que su narrador, escritor refugiado en una isla para ‘curarse’, recuerda su breve e intensa historia de sexo, y amor conceptualmente moderno, con una mujer fascinante y seductora, aunque profundamente herida, Justine, comprendiendo, al rememorarla, la influencia y el poder que la magnética ciudad donde se desarrolló, una vívida y decadente Alejandría, tuvo en la eclosión y la declinación de aquel enamoramiento.

Ese es el interés que presenta esta novela del siglo pasado, la representación de una urbe que ‘actúa’ como un personaje más, un personaje juzgable, rígido en su indiferencia inmutable a la suerte de sus habitantes, pero flexible literariamente. El autor convierte a Alejandría en metáfora de las pasiones, conflictos y conspiraciones que, como causa y condición, ella envuelve y ampara, o en otras ocasiones, y ahí surge la eficacia del texto, consigue personalizar e incluso erotizar esa ciudad milenaria y cosmopolita (no en vano subyugada por la remembranza del Poeta de la Ciudad, Kavafis, al que se homenajea fehacientemente).


(Enviado por Z)