29.5.20

Apólogo lunático (1).


Dos palmos más abajo.


El doce de octubre suelo celebrar con una ex-amante catalana, que sigue siendo amiga, una efeméride sentimental muy querida que en nada empece tan señalado día.

Unos años, con una simple llamada o mensaje, otros, si se tercia, con un encuentro más o menos esporádico según las circunstancias, pero siempre, a través de e-mails y chats, uno sabe por donde anda el otro y como se lo va montando.

Esta vez, en cuarto creciente, sí coincidimos personalmente y con tiempo y con espacio.

Pero en su casa, los recuerdos nos traicionaron y los deseos también. Una cierta euforia por mi parte, contagiada por la jornada sabatina y unas largas copas de Priorat ‘Les Terrasses’ (no parece oportuno, estamos a otra cosa, que describa su cata), allanaron el camino de su añorado cuerpo. Así, fui demostrando mis destrezas y ella acabo loando mi seductor encanto, tras un intenso débito:

- ¡Ah, caballero! Qué bien conoce donde está el corazón de una mujer.

- ¡Ya lo creo, princesa! Dos palmos más abajo de donde muchos hombres piensan.

Y sonriendo se acurrucó en mis brazos.

Cuando me desperté, trabaja en turno muy temprano, en la almohada me había dejado un libro de poemas de Benedetti, que me había llevado de regalo.

En él, una dedicatoria fechada y rubricada: “Para que se entregue, hasta otro buen encuentro, a algo provechoso leyéndose este libro y deje de escribir en blogs tamañas ‘collonades’.” 


26.5.20

Cat.


Las gatas han sorprendido siempre por su legendaria peri­cia a aterrizar a cuatro patas, aun cuando las dejemos caer panza arri­ba. Este hecho se basa en dos características típicamente feli­nas: un esqueleto inusual y unos reflejos simplemente excep­cionales.

Pese a poseer más huesos que las humanas, estructuralmente, las gatas no poseen clavícula en sentido estricto, he­cho que unido a un esqueleto altamente flexible les permiten deslizarse a través de orificios de tamaño inverosímil. En este caso, el límite más severo en el tamaño de orificios que puede franquear viene impuesto por las dimensiones de su propia ca­beza, su cráneo, cuya función primaria es como muro pro­tector del cerebro, no le permite excesivas alegrías en lo que a flexibilidad se refiere.

Respecto a la caída, las gatas han desarrollado la habilidad de retorcer su anatomía. Desde las tres o cuatro semanas de vida, las gatas adquieren el hábito de rotar en plena caída para así reorientar su cuerpo y afrontar el impacto con el suelo en las mejores condiciones posibles. Debi­do a su sorprendente flexibilidad, son capaces de darse la vuel­ta con sólo girar la cabeza y la parte superior de su anatomía hacia un extremo y es un giro que se comunica al resto de su cuerpo.

En el caso de las gatas, entonces, su excepcional anatomía les permite, de forma plena a partir de las siete semanas de existencia, modificar su posición en una caída moviendo adecuadamente sus articulaciones, tanto patas como cola, sin violar, en ningún caso, ninguna ley física.
Y eso sin haber ido a la escuela primaria. ¡Miau!