29.5.20

Apólogo lunático (1).


Dos palmos más abajo.


El doce de octubre suelo celebrar con una ex-amante catalana, que sigue siendo amiga, una efeméride sentimental muy querida que en nada empece tan señalado día.

Unos años, con una simple llamada o mensaje, otros, si se tercia, con un encuentro más o menos esporádico según las circunstancias, pero siempre, a través de e-mails y chats, uno sabe por donde anda el otro y como se lo va montando.

Esta vez, en cuarto creciente, sí coincidimos personalmente y con tiempo y con espacio.

Pero en su casa, los recuerdos nos traicionaron y los deseos también. Una cierta euforia por mi parte, contagiada por la jornada sabatina y unas largas copas de Priorat ‘Les Terrasses’ (no parece oportuno, estamos a otra cosa, que describa su cata), allanaron el camino de su añorado cuerpo. Así, fui demostrando mis destrezas y ella acabo loando mi seductor encanto, tras un intenso débito:

- ¡Ah, caballero! Qué bien conoce donde está el corazón de una mujer.

- ¡Ya lo creo, princesa! Dos palmos más abajo de donde muchos hombres piensan.

Y sonriendo se acurrucó en mis brazos.

Cuando me desperté, trabaja en turno muy temprano, en la almohada me había dejado un libro de poemas de Benedetti, que me había llevado de regalo.

En él, una dedicatoria fechada y rubricada: “Para que se entregue, hasta otro buen encuentro, a algo provechoso leyéndose este libro y deje de escribir en blogs tamañas ‘collonades’.” 


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