14.1.22

Religare.

 


Según se repite a menudo, el paradigma europeo de ‘ministro de cultura’, André Malraux, parafraseado también por Roger Garaudy, habría dejado escrito que el siglo XXI sería religioso, o no sería.
Y es que en algún postrero fin de semana primaveral, a raíz de varias publicaciones, se ha puesto sobre la mesa, de los suplementos culturales, la cuestión del auge o no de la religión en esta década.

En Babelia, Karen Armstrong decía, hace tiempo, que hasta el siglo XVIII, ha sido conceptualmente imposible separar la religión de la política (*) y que la idea de una religión como algo privado y personal es algo moderno. Ahora, la religión estaría perdiendo terreno en Europa, pero Europa se estaría quedando muy pasada de moda en su secularismo, “Nuestro laicismo está pasado de moda”, afirma. Y añade que en otros lugares la gente se está haciendo más religiosa, para bien o para mal. Y es que ve en la religión la posibilidad de escapar del horror que nos rodea y buscar sentido para sus vidas.
[No obstante, en columna adyacente J. Sampedro concluía su crítica reconociendo que no se atrevía a recomendar su libro Historia de la Biblia a un ateo].

Por su parte en El Cultural, -que ya había hablado con Armstrong hacía dos semanas y ella había insistido en que la religión convencional estaba sin duda en decadencia en el norte de Europa, pero que en el resto del mundo, la religión estaba en aumento-, A. Espada citaba escritos de Michael Shermer, en el sentido de que no es un producto de la imaginación, sino datos de una encuesta, la tendencia en el nuevo siglo a que no haya religión. Por la vinculación, como piensa Pinker, del progreso con la ciencia.
Espada apostillaba en su columna que un mundo sin religión podría ser un mundo mejor, pero no sería un mundo fácil.

Religión sí, religión no, lo curioso del caso es que el inteligente y desengañado Malraux jamás pronunció la frase del principio. Tal y como él mismo reconoció en una entrevista concedida al semanario francés Le Point en 1975, un año antes de su muerte: "A mí se me ha atribuido esta frase, pero jamás he dicho que el siglo XXI sería religioso o no sería en absoluto, porque del siglo XXI yo no sé nada" [subrayado nuestro].
 
*** 
 

(*) No aprender del pasado. Y nos lo tiene bien contado Jean-Pierre Dedieu.

En Occidente, sociedad civil y sociedad eclesiástica siempre se consideraron autónomas la una de la otra, cada una tenía su propia escala de valores y sus propias instituciones rectoras. Entre la una y la otra, existía una tensión constante, y tal tensión fue probablemente el primer motor del dinamismo cultural que se manifestó pronto en Europa occidental. Pero cuando la Reforma trajo consigo la ruptura de la sociedad religiosa en varios bloques incompatibles, era casi imposible que la tensión entre las dos no llegase a destruirlas a ambas.

De ahí el que la búsqueda frenética de soluciones se hubiera convertido en el tema principal de la historia europea en la edad moderna. Fundamentalmente se propusieron cuatro soluciones:

La primera, la alemana. Consistía en fraccionar el espacio político en trozos lo suficientemente numerosos como para que no hubiera obstáculos a reconstituir dentro de cada uno las distintas unidades confesionales.

La segunda solución triunfó en España, Italia y Portugal. Se restableció la unidad confesional eliminando por la fuerza la disidencia, teniendo allí un papel capital la Inquisición, colaborando en ello el poder político estrechamente con el eclesiástico.

Francia inventó la tercera vía. Al ser impensable el fraccionamiento del espacio político logró compaginar la unidad civil con la diversidad religiosa reforzando el nexo que unía las dos sociedades, desarrollando el poder real, inventando el absolutismo y, de paso, la tradición ‘jacobina’.

Los reinos británicos tuvieron que inventar una cuarta solución, desconfesionalizando su vida política y decretando que, cuando los actores sociales actuaban civilmente, no había que tomar en cuenta sus creencias confesionales.

¡Ay! las islas vs. el continente.

 Maldita religión.

 

 


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