23.2.22

El jazz y la ciudad.

 


Vayamos ahora hacia la ciudad... seamos sociológicos.
 
La ciudad es divertimento y comercio. Su esencia siempre fue celebra­ción. Y quiérase o no, un celebrar misterios, amén de integrar lo que de suyo le llega y le rodea. Ella, la ciudad, protege desde una virginidad y unos amoríos ininteligibles, lo que hay que celebrar en grande y perió­dicamente. Para uno de sus grandes tiempos, la noche, se dio, desde fines del siglo XIX y más aún en estos últimos siglos, la gran manera de celebrar: la tradición blues-jazz, como género. Una celebración única atendien­do distintas resonancias y experiencias urbanas y étnicas incubándose en la noche. Porque la noche es el tiempo-espacio del encuentro multiétnico de la ciudad americana, el momentum de la utopía; es la sombra del mercado, en el que se da, desde 'el intercambio mudo' (etnología), hasta el 'intercambio escandaloso' (sociología).
Es que, en verdad, la tradición blues-jazz es para la ciudad de hoy, lo que el negro para la noche, histórica y etnológicamente. Teatro, drama y diver­timento. Todo ello le está dado al jazz-blues y a su condición de géne­ro. Le está dado todo lo oscurecido y puesto en sombra, como también lo tendido; le pertenece ya en su hermética endemoniada, la que de sí nos trae el propio monosílabo jazz... raptos, 'rag-time', 'boogie-woogie' (cosa mala), meneo, swing, sensualidad desde el arranque; andrajoso pero blues.
Es decir, todo lo que el negro ha perseguido siempre arriba y al Sur del Río Grande para poder ser integrado y ser un sí mismo. Porque es sentirlo imaginadamente y corporalmente como suyo, porque no está fuera de él, lo tocará desde Nueva Orleans a Chicago, desde San Francisco a Nueva York. Y quizá entonces lo verá y vivirá tanto como cualquier otro ser anochecido, presidiendo los misterios del éxtasis en este Occidente actual. Incluso, es probable que hasta los rusos hayan empezado a sentirlo, sobre todo desde que el guaguancó montuno los bailó y arropó en el Caribe.
(...)

Es muy significativo que haya sido Nueva Orleans casi la única ciudad norteamericana (estadounidense) que combinó a España (la primera hue­lla), Francia (la segunda huella) e Inglaterra grosso-modo (la tercera hue­lla), como tres sombras en una. Es además altamente sintomático que el norteamericano común hablara de ella (sobre todo a fines del siglo XIX y principios del actual) como ‘el país de los sueños’.
Nueva Orleans fue conocida en ese contexto de Golfo-Caribe como ‘The Crescent City’ (La ciudad que crece) sobre todo llamada así por los norteamericanos de más raíz, los del sur. Y es que uno siente en esta expresión la imagen de una ciudad nueva, emergente, musicalmente una ciudad in crescendo, como efectivamente su historia lo demuestra.
El jazz-blues tenía que surgir desde un sur, y en un sur tropical. El jazz está atado básicamente a una historia tropical, a una historia que se gestó en los dos grandes trópicos. Uno algodonero mayor­mente, el otro azucarero. Se inició en Nueva Orleans, esto es, en la propia mitad costera del Golfo, en la propia des­embocadura majestuosa del gran río de su voz, el Mississippi, el río que se susurra como el monosílabo del jazz. El Mississippi es su oralidad; y Nueva Orleans su voz, que le es tan propia.
Sin entrar en mayor hondura se afirma y se siente que esta imaginería vive en esa ciudad y región del Golfo y del Caribe con todo y el pesar de que ese ‘país de los sueños’ haya pasado, bajo la locura nomádica del colono, hacia el Oeste, a otra ciudad ya apagadamente hispánica, porque en tan vasto territorio hay distancias, sí, que matan, Los Ángeles, de sombra hispánica desfalleciente, y a su zoo-mecánico, Hollywood, (el bosque feliz), la ‘fá­brica de sueños’.
Lo cierto es que con ese eje triple de noche, de sombra y de ciudad, la blancura y la negrura se dulce­almidonaron en Nueva Orleans [*].

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“La vieja Nueva Orleans es una gran ciudad del sur,
donde seguramente encontrarás hospitalidad.”
New Orleans Hop Scop Bluesby George W. Thomas.


Otra versión NOHSB.




[* de López Sanz, R.- El jazz y la ciudad.Monte Ávila Ed. Cacracas. 1992].


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