2.11.23

Memento mori.

 


Memento mori.

 

Si la desaparición de un cónyuge, o de los padres, para muchos es el mayor de los desconsuelos, qué decir de la pérdida de un hijo. La escala comparativa, objetivamente, es inconmensurable. La experiencia supone el mayor desgarro que pueda soportarse.

Y el paso del tiempo no lo cura, el dolor permanece lacerante, aunque es leve anestesia parcial la memoria y algunos recuerdos positivos atemperan el vacío, literal, que supone la muerte de tu joven hijo.

Así, cuántas veces rememoras todo lo vivido durante su enfermedad mortal. Y sabes cómo agradeció tu compañía constante y tus cuidados cuando más desvalido se encontraba en su agonía. Pero, sobre todo, los momentos de intimidad mutua que, como nunca antes, se habían producido.

Por eso, cuando se estaba precipitando el inevitable desenlace aquella madrugada, hace ahora 9 años, a pesar del coma irreversible, con las manos cogidas le estuviste enviando, a pesar de la pena, el cariño más intenso que pudiera reconfortarle. Como hoy a ti, el recordarlo te reconforta.

 

 

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