En días pascuales
de ayuno y abstinencia, releo dos descripciones gastronómicas en Sándor Márai, de disímil forma expresiva
y contenido ajustado al respectivo leitmotiv
de cada narración y que hubieron llamado mi atención en su momento y que, a
raíz de otra lectura, uno rememora aquí.
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“Se
quedaron mirando la imagen del comedor, con la sala de estar al fondo; los
muebles enormes guardaban todavía el recuerdo de aquellas horas (…) ¿Qué
servirás a tu invitado?
-Trucha
-respondió Nini-. Sopa y trucha. Carne poco hecha y ensalada. Gallina de
Guinea. Helado flambeado. Hace diez años
que no lo hace el cocinero. Me imagino
que le saldrá bien –dijo, un tanto preocupada.
-
Vigílalo tú, así saldrá bien. Aquella vez también serviste cangrejos- dijo muy
bajo, como si hablara sólo para sí.
-Sí
–respondió con calma la nodriza-. A Kristina le gustaban los cangrejos. (…)
-Cuida
los vinos –dijo el general, (…) Da orden de que suban el Pommard del año
noventa y ocho. Y el Chablis, para el pescado. Y una botella del Mumm, del
viejo, una de las botellas grandes. (…)
-¿Qué
quieres de ese hombre? –preguntó de repente la nodriza.
-La
verdad –respondió el general."
La opípara cena aristocrática tendrá lugar en un castillo húngaro en 1940 y todo convergerá, en la novela, en un duelo sin armas entre anteriores amigos, un ajuste de cuentas cuyo punto en común es el recuerdo imborrable de una mujer y una cacería. Ambos han vivido a la espera de este momento, tras cuarenta y un años y cuarenta y tres días, pues entre ellos se interpone un secreto de una potencia tan extraordinaria como para haberles cambiado la existencia. Es su último encuentro.
Márai, Sándor
(2010).- El último encuentro. Ed. Salamandra.
Barcelona.
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“Sin embargo, en aquel encierro hay un
elemento tranquilizador (…) Saben que eso es el asedio. El
edificio aún sigue en su sitio, (…)
Los alimentos aún abundan. Todos tienen más
de lo que necesitan. En los fogones comunales hierven cacerolas de la mañana a
la noche, como si prepararan un banquete nupcial o funerario en el infierno.
Por el aire cargado se extiende el aroma y el sabor de platos apetitosos, en
una cazuela chisporrotea manteca de cerdo, cuyo aroma se entremezcla con el
rancio olor del repollo. (…)
Erzsébet está instalada cómodamente en su
rincón. A veces se acerca al fogón, calienta algo para su propio consumo en el
hogar común. Tiene bizcochos, conservas, en una bolsa de papel ha traído un
kilo de guisantes y habas. (…)
El asedio es una realidad y sigue una
especie de orden interno y externo. El asedio existe en la ciudad y en el
refugio. Reconocer este hecho, esta realidad, es lo único que da consistencia y
razón a la vida.”
Sin ser una
de sus obras maestras, este texto, de escritura coetánea a los hechos novelados
y que permaneció inédito hasta más de una década tras su suicidio, se
desarrolla con oficio a pesar de la urgencia de su redacción y posee un
esqueleto narrativo al servicio de su argumento dramático: la transformación
espiritual de la protagonista por la ‘dación en pago’ a la que se ve forzada.
Budapest,
enero de 1945. Sitiada por las tropas soviéticas, mal defendida por los nazis y
sus aliados, los fascistas húngaros, la ciudad se derrumba física y moralmente.
Abandonada por las legaciones diplomáticas, se encuentra en situación dramática.
Escondidos y hacinados en sótanos sus habitantes civiles, salvo muchos judíos,
permanecen esperanzados en su liberación o escépticos frente al futuro
incierto, aferrados en todo caso a lo que la vida les va deparando.
Rito o
rutina, la gastronomía, aún la de guerra, allí también tiene lugar.
Márai, Sándor
(2012).- Liberación.Ed. Salamandra.
Barcelona.
[Bundesarchiv Bild 101I-680-8285A-06]
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