15.6.13

‘Tierra sin pan’ (V)


Estrategias previsibles.



Aunque Las Hurdes constituyen una unidad territorial socio-administrativa, se la considera también parte de la unidad físico-ambiental  “Sª de Gata - Hurdes”, lo que conlleva una diagnosis de cara a las estrategias más globalizada.

Respecto al sistema físico - natural, el uso del suelo está dominado por matorrales de degradación y repoblaciones forestales, como ya habíamos indicado. Se detecta una recesión de la ganadería y los cultivos forestales. El valor ambiental del territorio es medio, con un estado aceptable, poniéndose de manifiesto como problemas ecológicos, el deterioro de formaciones vegetales por incendios, el empobrecimiento de suelos por el cultivo del eucalipto, problemas erosivos por el laboreo específico que generan otros cultivos en terrazas, olivos, etc., en terrenos con inclinaciones superiores de 12º, siendo los cultivos forestales de pinos los que generan un impacto menor.

En relación con el sistema socio – productivo, se trata de pequeños núcleos muy recesivos, con despoblamiento intenso de población. Las actividades económicas se basan en los aprovechamientos agrosilvopastoriles, con un desarrollo muy restringido de actividades turísticas, frente a otras áreas de montaña, con infraestructura prácticamente nula. No están planteadas transformaciones agrarias.

En cuanto al sistema relacional, presenta una estructura mal distribuida espacialmente, incoherente y de bajo desarrollo, lo que contribuye a la postergación de la zona. Su ubicación periférica y fronteriza, alejada de centros productivos y la escasez de infraestructura, junto a mano de obra escasamente cualificada y con alto nivel de envejecimiento propicia su status de zona agraria desfavorecida.

Las comunicaciones están influidas por las condiciones naturales del territorio (relieves montañosos, etc.), con tiempos de desplazamiento mayores como en toda la zona norte, con disfunciones por baja velocidad. Una irregular y desordenada red, por problemas de orografía, con trazado sinuoso, secciones insuficientes y firmes en mal estado, hace de Las Hurdes, una de las comarcas con baja accesibilidad.

La comarca de Las Hurdes carece de una conexión con la N-630, que aumentaría considerablemente su comunicabilidad con el resto de la comunidad autónoma. El más septentrional de los ejes regionales Este - Oeste,  (Hervás - Portugal) podría potenciarse como comunicación complementaria que mejore la relación de la comarca con el resto.

Respecto al sistema de planeamiento urbanístico, se detecta un gran desfase con las necesidades actuales y futuras, por la antigüedad de su redacción (años ochenta) y la obsolescencia de sus planteamientos, con escasa adaptación a la realidad y un escaso tratamiento del territorio.

Algunas estrategias previstas pasarán por la ordenación del sistema de asentamientos, con mejoras de accesibilidad y dotación de equipamientos, inversiones en infraestructura y desarrollo de iniciativas de turismo rural y ecológico. Otras por el aprovechamiento de los recursos naturales, que, desde el punto de vista socio – económico, pasarían por la diversificación de la oferta turística y mejora de la infraestructura en ese campo, con control de posibles degradaciones del medio. No es suficiente la construcción ocasional de algún establecimiento por parte de la administración, sería una intervención puntual, no integral, que no generaría estructura turística. En áreas con incidencia turística se impondría, además, una urgente revisión del planeamiento afectado.

Las intervenciones sobre áreas rurales deprimidas como Las Hurdes, pasarían primero, por un mantenimiento de un nivel mínimo de servicios de base en las zonas rurales que padecen declive o abandono, apoyo al potencial endógeno de esas zonas rurales, diversificación de economías, basadas en agriculturas sostenibles, con medidas específicas agroambientales, y energías renovables, con la incorporación de actividades productivas como el turismo, en las condiciones antes señaladas; segundo, por importantes mejoras en la accesibilidad, y tercero por la conservación del patrimonio natural (“territorio blando”), con un adecuado diseño de dotaciones y equipamientos de ocio y turismo, rutas temáticas, turismo rural y/o verde, infraestructura hotelera, etc.

 

BIBLIOGRAFÍA.-

A.A.V.V. – Atlas de España. (2 tomos). Ed. El País y Aguilar. Madrid, 1992 y 1993.

Anónimo. – Estudio Territorial de Extremadura II. Ed. D.G.U. y O.T. Consejería de M.A.U. y T. Junta de Extremadura. Mérida, 1999.

Catani, M. – La invención de Las Hurdes. Cuadernos populares nº 27 y 28. Editora Regional de Extremadura. Mérida, 1989.

Pizarro Gómez, F.J. – “El paisaje arquitectónico – urbanístico de Las Hurdes”. Revista de Estudios Extremeños, vol. XLIII. 1987.

Puerto, J.L. y Grande del Brío, R. – Paseos por Las Hurdes. Amarú Ediciones. Salamanca, 1995.

13.6.13

‘Tierra sin pan’ (IV)


Características culturales.


Al igual que ha ocurrido en otras muchas zonas rurales de España, sobre todo las más aisladas y montañosas, la vida en Las Hurdes ha consistido, para sus habitantes, sobre todo en el hecho de hacer posible su propia supervivencia, y, de él, ha ido surgiendo la cultura tradicional de la zona. Una cultura tradi­cional que no entenderíamos si pusiéramos el acento en lo pecu­liar y en lo distintivo, y no la relacionáramos  con la de todo el con­torno del oeste de la Cordillera Central, y, sobre todo, con la del dominio leonés.

Por tanto hay que desmentir la afirmación, sostenida por diversos autores, de que en Las Hurdes no existe cultura de tradición popular. Y hay que desmentirlo ya que un acercamiento detenido a ellas demuestra todo lo contrario: La existencia de una arquitectura popular, de artesanías para cubrir las necesidades vitales, de técnicas agrícolas de cultivo, de tradiciones orales, de ritos festivos, etc.

 Las Hurdes han sido también lugar secular de des­tierro de políticos y otro tipo de personas vetadas, por unos u otros motivos, por los poderes públicos.

Aparte de la leyenda sobre Batuecas, no menos interesante es la creencia en la existencia de oro en las tierras de Las Hurdes y, sobre todo, en las arenas de sus ríos. Dicho metal precioso se obtenía mediante el lavado de tie­rras y arenas, una posible etimología de Hurdes está rela­cionada con esta tarea.

Las aldeas, alquerías y poblaciones hurdanas están íntima­mente ligadas e integradas con el paisaje, con el que se confun­den, al utilizar materiales de él extraídos y ser una prolongación humana del mismo. Así, podemos observar poblaciones en las laderas y, buscando el agua y la vida, en los lechos de los valles, junto al agua. La sierra les da su carácter: Nada apenas hay de llano en ellas, pues se sitúan en los declives, procurando no caerse por el precipicio, asentadas en leves repisas naturales.

Vistas desde el exterior, conforman caseríos apiñados, con viviendas pegadas y agolpadas unas contra las otras, entre las que es difícil adivinar calles y callejas.

A la hora de intentar un acercamiento comprensivo a las poblaciones hurdanas y a su hermosa arquitectura popular, en la que los colores negruzcos de la pizarra se confunden e integran las viviendas con el paisaje que las acoge, hemos de tener en cuenta que nos encontramos ante un enclave que, dentro de la cultura tradicional, pertenece a esa gran zona del Oeste peninsu­lar, tan rica en manifestaciones etnográficas, y, más en concreto, al dominio leonés que, durante la Edad Media, abrió un corredor por todo el poniente, de norte a sur. De ahí que sea lógico asociar la arquitectura popular de Las Hurdes y sus características, con la de otras zonas montañosas del ámbito leonés.

Esa conjunción de pizarra y madera, esa solidez de los muros, esa escasez de vanos hacia el exterior, ese apiñamiento de las edifica­ciones, ese trazado tortuoso de sus calles, esa esencialidad y sobriedad de los espacios de interior son algunas de las notas características de la arquitectura popular de Las Hur­des.

M. R. Blanco Belmonte describe en su viaje Por la España desconocida (1911), el caserío de Las Mestas: “Las paredes estaban hechas con piedras y con pizarras superpuestas, sin trabazón, sin argamasa que rellenase las junturas, sin enlucimiento de mezcla ni de yeso; los techos se erguían a la altura del hombro de una persona, y eran una mezcla de pizarras y de ramas secas; las puertas semejaban bocas de cavernas, y las ventanas y chimeneas reducíanse a un pedazo de piedra fuera de su sitio”.

En la actualidad, a causa de los ahorros obtenidos por los propios hurdanos en la emigra­ción, iniciada en los años sesenta, nos encontramos en cual­quier población de Las Hurdes con viviendas arregladas o incluso edificadas completamente nuevas.

Este hecho ha provocado un doble efecto paradójico: por una parte, la vivienda puede haber mejorado algo en los planos material e higiénico, pero, por otra, a causa de intervenciones arquitectónicamente desafortunadas se ha ido deteriorando y desapareciendo la arquitectura tradicional que tenía  unas tipologías y texturas adecuadas (el predominio de la pizarra en cubiertas y muros), modificando irremisiblemente la imagen que, en vista panorámica, provocan las alquerías a quien las contempla.

 Las viviendas hurdanas no han dispuesto nunca de muchas habita­ciones, sino que prácticamente todo su interior constituía un espacio no distribuido con muros fijos, adecuado para solucionar las necesidades básicas que  podían realizarse en un mismo ámbito. De ahí que, por lo general, las casas hayan tenido, básicamente, dos grandes compartimentos: uno para los integrantes de la familia, subdividida o no, y otro para el ganado, que incluso podía estar en una edificación contigua a la casa (cuadra o corral). Esto no es exclusivo de Las Hurdes y puede verse en otras zonas montañosas de la Península.

No obstante, en Las Hurdes ha habido casas de dos plantas y, a pesar de caracterizarse por sus escasos vanos hacia el exterior, lo que les ha dado una apariencia cerrada y compacta, no faltan en ella ventanas y balcones, a veces con hermosas balaustradas.

La casa, a veces consta de la cocina y dos habitaciones: Una hacía de comedor y la otra se destinaba para dormir y, a veces, había más de una. Se dormía en tarimas o banquillos de madera, sobre los cua­les se colocaban, a modo de colchones, unos jergones rellenos de hojas de millo de las mazarocas  (mazorcas de maíz). En Hurdes Bajas algunas casas están hechas con paredes de piedra y revocadas en su interior con adobe (mezcla de barro y paja). El tejado quedaba cubierto por lanchas de pizarra. Y la vivienda tenía tres o cuatro habitaciones o departa­mentos, con la cuadra al lado.

Para hacer un correcto análisis y valoración de la realidad de las viviendas en Las Hur­des, se ha de partir siempre de los materiales y sistemas que la zona ofrece para construir y de las necesidades tipológicas que, tradicionalmente, han tenido que solucionar las construcciones.


11.6.13

‘Tierra sin pan’ (III)

Aspectos medioambientales.


Es cierto que, como indica Grande del Brío, debido al aislamiento geográfico en que, hasta época reciente, se hallaba la comarca en cuestión, ésta ha venido padeciendo, en ciertos núcleos, una intensa endogamia.

Pero este problema no es más ni menos grave que la excesiva disper­sión genética que padecen las sociedades desarrolladas y que comporta una excesiva heterogeneidad, e implicativamente, por la aceleración en los intercambios, una alta inmaduración del sistema afectado.

De otra parte, el deterioro ecológico, que se ha producido en Las Hurdes, no ha devenido como consecuencia de la secular actividad humana, sino que guarda estrecha relación con las actividades de reforestación, llevadas a cabo, oficialmente, a lo largo de las últimas décadas. En efecto, las repoblaciones fores­tales, realizadas masivamente con pinos, y, en menor medida, con eucaliptos también, han acabado con grandes extensiones de brezales y jarales que albergaban una abundante y variada fauna de aves y de mamíferos, aparte elevar el grado de acidez del suelo, y, por ende, de las aguas de los ríos y de los arroyos, reduciendo, además, el índice de evapotranspiración.

Aun así, quedan todavía algunos rincones en donde crecen el alcornoque y la encina, y, por doquier, aparecen bancales con castaños y olivos. Los rebaños de cabras, aunque muy mengua­dos hoy, a causa de las plantaciones de especies alóctonas, conti­núan siendo un elemento integrante del paisaje; poco a poco, éste ha ido adquiriendo, sobre todo en áreas del este y del sur, un aspecto relativamente moderno, con la apertura de nuevas vías de comunicación y la mejora de las ya existentes.

En Las Hurdes la vida ha estado regida por patrones antiguos. A través de los siglos, la plantación de olivos, la recogida de miel, y, sobre todo, el cuidado y vigilancia del ganado caprino, ha inscrito la actividad del hurdano en un régimen eminentemente montaraz.  Su historia, por ello, ha estado señalada por el continuo bregar con la naturaleza bravía. La existencia de numerosas majadas, agrupadas, a veces, y que, en no pocos casos, constituyen el antecedente de los caseríos que hoy conocemos, da una idea de esa estrecha adaptación del hurdano a las condiciones que la práctica del pastoreo requiere. En semejante contexto, era inelu­dible la defensa del ganado, principalmente el cabrío y, así, construíanse majadas de altas paredes infranquea­bles.

Todavía hoy, es posible descubrir alcornoques y encinas, sombreando el terreno, allí donde no llegan ni el castaño ni los bancales de olivos. Tal era, por lo demás, la primitiva vegetación de Las Hurdes, antes de que las implantaciones de pinos cam­biaran la faz del paisaje. Desafortunadamente, desde hace unos años, se ha procedido, además, a la implantación de eucaliptos en las riberas empleando incluso maquinaria pesada para acondicionar el terreno, lo que ha provocado una intensa erosión.

En el año 1931, había seiscientas hectáreas plantadas de pinos. En la década siguiente, se intensificaron las repoblaciones forestales. Hacia 1970, había ya treinta y cinco mil hectáreas cubiertas de pinos. Como bien decía, en 1966, Jean - Mary Couderc, la comarca de Las Hurdes iba camino de convertirse en un inmenso pinar.

Nada queda, por lo demás, de los primitivos bosques de robles que revistieran el paisaje en diferentes puntos del país hur­dano. Esto lo indican los topónimos Roble y Robledo, con que se designan algunos lugares.

De la perpetuación de primitivos cultos dendrolátricos, da testimonio el árbol sagrado de Las Mestas, según ha señalado ya Félix Barroso.

Secularmente, gran parte de la cubierta arbórea ha venido siendo eliminada, en aras de un pastoreo extensivo. Los incen­dios han constituido el factor principal del aumento y persisten­cia de formaciones de tipo arbustivo. Pero, a pesar de ello, básicamente, la fauna se ha conservado. Por el contrario, la creación del arbolado mediante “repoblaciones” de pinos, ha supuesto un factor negativo; por otra parte, resulta que, a igualdad de superficie ocupada, el índice de evapotranspiración de un brezal, es mayor que el de un pinar.

En cuanto a la conservación de la ­flora, y en orden a destacar el carácter nefasto de las plantacio­nes de eucaliptos, baste decir que, según diversos investigadores ya han consignado, en una zona deter­minada, ocupada por un eucaliptal, el número de especies de sotobosque se reduce en un sesenta por ciento, respecto de las que hay en un brezal sin cubierta arbórea.

Las repoblaciones, nunca debieran hacerse con especies exó­ticas o alóctonas. A la larga, los atentados contra la Naturaleza se pagan, empobreciéndose, botánica y zoológicamente, el terreno, reduciéndose el grado de evapotranspiración en la atmósfera, lo cual comporta alteraciones en el régimen hídrico, y, en definitiva, en el equilibrio ecológico.

La supervivencia ha marcado, tradicionalmente, los trabajos de las gentes de Las Hurdes, asentadas en un medio físico hermosísimo, pero difícil; de ahí que, aunque variados y diversos, los trabajos no hayan podido, en ciertas épocas del año, evitar la aparición del hambre. Maurizio Catani los sintetiza con acierto:

“Los hurdanos eran y son policultores. Tienen huertos, frutales, algu­nas viñas, castaños y olivos, algo de cereales, hoy sembrados sólo para las cabras al parecer, y el ganado por excelencia, los enjambres de abejas; tienen además cochinos y también la pesca y la caza”.



Esta múltiple dedicación a tareas agrícolas, ganaderas y de explotación de los montes y de los ríos, todas ellas realizadas dentro de su marco espacial y con respeto por la naturaleza, se ha mezclado con las emigraciones temporales para realizar trabajos muy diversos en zonas geográficas próximas o relativamente cercanas. Trabajos temporales que han hecho posible unos ingresos complementarios y que han puesto en contacto a los hurdanos con el entorno circundante.

Alguna hipótesis establece el origen de las poblaciones hurdanas en los pastores que se fueron asentando en aquel ámbito, levantando primero majadas para el ganado, que, con el paso del tiempo, se irían convirtiendo en las alque­rías que conocemos hoy. Esta hipótesis pastoril presenta una relativa verosimilitud, ya que el ganado, sobre todo las cabras, ha tenido en la zona una importancia considerable. No es extraña la asociación propuesta entre este origen y dedicación de la zona y algunos topónimos (en el caso concreto de Las Mestas, algunos indican que ese nombre alude a la ubicación de la alquería en la confluencia o mesta de los ríos Malo y Batuecas y no a la agrupación ganadera medieval). Otras hipótesis aluden al origen norteño y céltico de la población; señalando la semejanza entre las construcciones hurdanas y las de enclaves del noroeste peninsular.

Lo cierto es que las dificultades del espacio físico no han impedido el asentamiento de la población de forma perma­nente, a pesar de las dificultades seculares para la supervivencia.


Y que una de las características que, sin duda, define al habi­tante de Las Hurdes es el apego a su tierra; algo que se hace pal­pable en la vuelta a su alquería, siempre que le es posible y que se ha hecho con unos ahorros, una vez que ha tenido que emi­grar, para asentarse en ella definitivamente, arreglando y mejo­rando su vivienda y adquiriendo algún terreno.

El hurdano es, en este sentido, muy laborioso; al haber tenido que ir ganando, con muchos sudores, a lo largo del tiempo, espa­cio cultivable al monte, mediante la edificación de paredones de pizarra y el acarreo de tierra con el que han sido rellenados, para plantar en estos huertecillos apenas unos olivos y sembrar para recoger algún fruto. De esta dificultad de ir cre­ando terrenos cultivables viene, posiblemente, el gran valor que el hurdano da a la tierra y el apego que por ella tiene.

9.6.13

‘Tierra sin pan’ (II)


Estructura del espacio socio–geográfico.


La alquería hurdana es, según Catani, centro de tres círculos concéntricos. Alrededor de la alquería se halla la zona de los huertos, jardines exiguos con frutales en las lindes y hortalizas, la zona del medio ocupada por minúsculos olivares, un poco más allá están las pequeñas fincas que producen solamente algunos cereales y el espacio donde se concretan una serie de derechos relativos a la leña parda, al pasto, a los lugares donde se hace carbón de brezo y se cortan ramas de encina para las cabras; allí pueden crecer natural y espontáneamente los castaños que son aprovechados por todos. La tercera zona es la que no sirve para el cultivo cotidiano ni tampoco estacional, sino para las cabras, mero lugar de paso a otras zonas de pastos o de asiento de colmenas.

Los límites territoriales de cada alquería y sus cordeles de ganado definen el espacio físico y simbólico exterior de la alquería, no son muy nítidos, las lindes son imprecisas, pero todo hurdano sabe dónde acaba el terreno de su alquería y comienza el de otra.



 Cuando comenzó la repoblación forestal, en zonas de bienes comunales, se expulsó de casi toda la comarca a los cabreros, apicultores y carboneros. La importante repoblación o, mejor, implantación de especies alóctonas, pinos y, en menor medida, eucaliptos, ha supuesto la desaparición, a partir de los años cuarenta, de casi las tres cuartas partes del ganado cabrío (en 1935, tal y como se puede constatar en documentación del Patronato, ya existían zonas repobladas cerca de Las Mestas, en Los Tesoros y en la confluencia de los ríos Malo y Batuecas, estaba también en proyecto el camino forestal entre Ladrillar y sus alquerías, a partir de Las Mestas, y por supuesto grandes áreas de reforestación en toda la comarca, fundamentalmente al norte y noroeste de la misma). La vegetación espontánea casi ha desaparecido y poco queda de las antiguas encinas y alcornoques. Los pinos  han reemplazado al monte, magro pasto degradado por las cabras y desbaratado por los carboneros. Otros árboles, locales, hubieran sido más provechosos para las utilidades de una población que quería quedarse allí (antes de 1935 se implantaron encinas en la primitiva repoblación cerca de Castillo, alquería de Pinofranqueado, pero no se continuó).

La madera de pino o eucalipto que puede sacarse de las repoblaciones es demasiado poca y de baja calidad para explotarla en la propia comarca. Los hurdanos, cabreros, apicultores y agricultores, no pueden disponer libremente de las laderas de sus montañas, no se puede roturar el monte.

Los hurdanos, propietarios aunque sea de minifundios, por la reversibilidad complementaria, que explica Catani en su libro, dentro de una sociedad local que integra a tres generaciones y es cerrada en sus intercambios internos, han luchado contra un estricto control del aprovechamiento de la tierra.

A partir de 1980 se han producido en la comarca abundantes incendios forestales, se trata de una forma local muy concreta de anomía (falta de interiorización de normas y reglas sociales), una vez que se ha roto el equilibrio interno de la sociedad hurdana.

Por otra parte, siempre se ha subrayado la extraordinaria dificultad para el poblamiento de un territorio tan inhóspito y, consecuentemente, la necesidad de proceder a un reasentamiento de la población. La solución para la cuestión hurdana ha sido reagrupar y reasentar la dispersa y numerosa, en otros tiempos, población en unos pocos núcleos habitables, con objeto de poder subvenir sus necesidades, materiales y espirituales. La respuesta de los hurdanos ha sido también unánime: la más absoluta negativa a abandonar sus tradicionales asentamientos, sus alquerías.