20.6.14

Sueño de una noche de verano.


 
 (Dibujo de Lidia Litrán)

“Los hombres del Viet son tan hermosos cuando mueren.
El agua del río, lamiendo sus piernas, hacía más sexual
su ruina.
Luego vinieron las Grandes Lluvias, buscando
la vagina hambrienta de la selva, y todo lo
borraron.
Quedó sólo en los labios la sed de la batalla, para nada,
como baba que cae de la boca sin cerebro.
Hoy
que en el lecho sin árboles ni hojas
con tu lengua deshojas el árbol de mi sexo
y cae toda la noche el semen como lluvia
y cae toda la noche el semen como lluvia, dime
besando suavemente el túnel de mi ano
cueva de la anaconda que aún me marca
los ritmos de la vida, qué era, qué es
qué es un cadáver”.

Leopoldo Mª Panero Blanc ‘Sueño de una noche de verano’.
de El último hombre. El Ángel Caído Ediciones. Las Palmas de Gran Canaria, 2012. 
[1ª edición en Ed. Libertarias. Madrid, 1984].

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     Para la generación nacida alrededor de la mitad del s. XX, la principal guerra, en vivo y en directo, ha sido la de Vietnam. El novísimo Panero, que tanta influencia cultural fagocitó, no fue ajeno a ella. Este poema, en el que se manifiesta un propósito de autonomía del lenguaje poético para que subvierta la comprensión habitual sujeta a automatización comunicativa, acopia en sus dos partes espacio-temporales, las dos pulsiones, eros y tánatos, que movilizan todas las guerras, colectivas o personales, y con sus versos demuestra la desnuda obscenidad que las caracteriza. El poema pertenece al libro El último hombre, que, en 1984, completó su ciclo de títulos con referencias a ciertas postrimerías, cual apóstol de Patmos y su particular Apocalipsis: un apocalipsis hodierno. Un ‘Apocalypse Now’, en definitiva.

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[a partir de un texto de Z.]

16.6.14

Desgracia.



 “Una vez que toma la resolución de marcharse hay muy poca cosa que le retenga. Vacía la nevera, cierra la casa y a mediodía se encuentra ya en plena autopista. (…) en realidad ha salido con el alba, y a media mañana está cerca de su destino, la ciudad de Salem, (…) en la provincia del Cabo Oriental.
La pequeña hacienda de su hija se halla al final de una sinuosa pista de tierra, a unos cuantos kilómetros de la ciudad: cinco hectáreas de tierra, casi todas cultivables, (…) y una casona baja, amplia, pintada de amarillo, con el tejado de chapa de hierro ondulada y un porche.
(…) De la sombra del porche asoma Lucy a la luz del sol. Durante un momento él no la reconoce. Ha pasado un año desde la última vez, y ella ha engordado. Ahora tiene las caderas y los pechos (busca la palabra más adecuada) amplios. Descalza, cómoda, sale a saludarlo con los brazos abiertos, y de hecho lo abraza y lo besa en la mejilla”.

J. M. Coetzee. ‘Desgracia’ (Disgrace).
Ed. R. H. Mondadori. Barcelona 2000.

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El viaje del cincuentón profesor David Lurie, una visita –dice-, un cambio de aires y no un refugio, aunque piense que el escándalo le seguirá adonde quiera que vaya, tendría mucho de inconsciente huida en la contradictoria Sudáfrica de finales del veinte.
Pero su verdadero viaje, su tránsito más íntimo, el que le hace añicos su modo de vida y su forma de pensar por las consecuencias inesperadas, va desde la pulsión erótica y su dimisión como docente, imputado por acoso sexual a una alumna, hasta el brutal ataque irracional de tres desconocidos que sufren su hija y él en la granja.
Una violencia inexorable, de ahí la maestría de Coetzee, donde la piedad y el terror resultan de todo punto irrelevantes.

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[a partir de un texto de Z.]