[En enero].
Hace ya algún año, coincidí con
dos afectuosas personas blogueras en una gran ciudad del norte y en aquellas cortas horas de entrañable
charla no podía presentir que a partir de entonces mi vida pudiera dar un vuelco
tan enormemente amargo y sufrir un vaciamiento tan absoluto...
Pero “el mundo es unas cuantas tiernas imprecisiones” que dice Borges y en
estos otros días, en relación con cursos de verano de la Fundación Castilla del
Pino, se nos recordaba en cierto blog el proverbio: ‘el destino es una piedra
atada al cuello’. Lo fortuito, sobre lo que también leemos en "Azar: el sacro desorden de nuestras vidas", recopilación en Ed. Abada de
autores varios que lo rastrean por la filosofía.
Y pensamos en ese azar (suerte o,
como es corriente en muchas de las fuentes clásicas, fortuna que,
aristotélicamente, no es causa de nada), componente de incertidumbre que se
escapa a la previsión y que interrumpe el curso de las cosas dándole unos giros
imprevistos para bien o para mal. Fortuna vs. infortunio, pues.
Las cosas humanas no han encontrado aún
un soporte teórico medianamente consistente en el marco de la investigación
científica, y es que las cosas de los mortales son imprevisibles, variables y
contingentes.
Pero allí donde el intelecto no
puede explicar lo que nos acontece, aparece un relato que permite narrarlo y, por
tanto, dotar de sentido a la historia individual de la existencia humana. Esa
que, según Marquard, no es más que una extraña combinación entre lo que
decidimos hacer y aquello que sin más nos pasa. Se contarían entonces historias
para no morir todavía, sin tener en cuenta que la propia escritura no sería sino,
ella, un aviso o, más, un recuerdo de la muerte.
Siempre hemos querido cuestionarnos cómo
dotar de significación a aquello que nos acontece al margen de toda previsión,
proyecto o expectativa e intentar reducir a esquemas explicativos los
acontecimientos excepcionales que irrumpen de modo significativo en nuestras
vidas, beneficiando o frustrando un proyecto existencial articulado en torno a
fines.
Ante la opacidad de cierto tipo de
acontecimientos que no podemos explicar satisfactoriamente -y la muerte lo es-, la pregunta que nos
hacemos es la siguiente: ¿Por qué en ese momento? ¿Por qué a mí?
[... a raíz de ello lo que haces es escribir para no olvidar].
*
Y
ahora en la convalecencia le lees a Trakl:
‘Mátame dolor. Quema la
herida.
Este martirio es una cosa
vana.
Mira cómo florece de mi herida
en la noche una estrella
arcana.
Todo está consumado. Muerte,
sé humana’.