Aspectos
medioambientales.
Es cierto
que, como indica Grande del Brío, debido al aislamiento geográfico en que,
hasta época reciente, se hallaba la comarca en cuestión, ésta ha venido
padeciendo, en ciertos núcleos, una intensa endogamia.
Pero este
problema no es más ni menos grave que la excesiva dispersión genética que
padecen las sociedades desarrolladas y que comporta una excesiva
heterogeneidad, e implicativamente, por la aceleración en los intercambios, una
alta inmaduración del sistema afectado.
De otra
parte, el deterioro ecológico, que se ha producido en Las Hurdes, no ha
devenido como consecuencia de la secular actividad humana, sino que guarda
estrecha relación con las actividades de reforestación, llevadas a cabo,
oficialmente, a lo largo de las últimas décadas. En efecto, las repoblaciones
forestales, realizadas masivamente con pinos, y, en menor medida, con
eucaliptos también, han acabado con grandes extensiones de brezales y jarales
que albergaban una abundante y variada fauna de aves y de mamíferos, aparte
elevar el grado de acidez del suelo, y, por ende, de las aguas de los ríos y de
los arroyos, reduciendo, además, el índice de evapotranspiración.
Aun así,
quedan todavía algunos rincones en donde crecen el alcornoque y la encina, y,
por doquier, aparecen bancales con castaños y olivos. Los rebaños de cabras,
aunque muy menguados hoy, a causa de las plantaciones de especies alóctonas,
continúan siendo un elemento integrante del paisaje; poco a poco, éste ha ido
adquiriendo, sobre todo en áreas del este y del sur, un aspecto relativamente
moderno, con la apertura de nuevas vías de comunicación y la mejora de las ya
existentes.
En Las
Hurdes la vida ha estado regida por patrones antiguos. A través de los siglos,
la plantación de olivos, la recogida de miel, y, sobre todo, el cuidado y
vigilancia del ganado caprino, ha inscrito la actividad del hurdano en un
régimen eminentemente montaraz. Su
historia, por ello, ha estado señalada por el continuo bregar con la naturaleza
bravía. La existencia de numerosas majadas, agrupadas, a veces, y que, en no
pocos casos, constituyen el antecedente de los caseríos que hoy conocemos, da
una idea de esa estrecha adaptación del hurdano a las condiciones que la
práctica del pastoreo requiere. En semejante contexto, era ineludible la defensa
del ganado, principalmente el cabrío y, así, construíanse majadas de altas
paredes infranqueables.
Todavía hoy,
es posible descubrir alcornoques y encinas, sombreando el terreno, allí donde
no llegan ni el castaño ni los bancales de olivos. Tal era, por lo demás, la
primitiva vegetación de Las Hurdes, antes de que las implantaciones de pinos
cambiaran la faz del paisaje. Desafortunadamente, desde hace unos años, se ha
procedido, además, a la implantación de eucaliptos en las riberas empleando
incluso maquinaria pesada para acondicionar el terreno, lo que ha provocado una
intensa erosión.
En
el año 1931, había seiscientas hectáreas plantadas de pinos. En la década
siguiente, se intensificaron las repoblaciones forestales. Hacia 1970, había ya
treinta y cinco mil hectáreas cubiertas de pinos. Como bien decía, en 1966,
Jean - Mary Couderc, la comarca de Las Hurdes iba camino de convertirse en un
inmenso pinar.
Nada
queda, por lo demás, de los primitivos bosques de robles que revistieran el
paisaje en diferentes puntos del país hurdano. Esto lo indican los topónimos Roble y Robledo, con que se designan algunos lugares.
De
la perpetuación de primitivos cultos dendrolátricos, da testimonio el árbol
sagrado de Las Mestas, según ha
señalado ya Félix Barroso.
Secularmente,
gran parte de la cubierta arbórea ha venido siendo eliminada, en aras de un
pastoreo extensivo. Los incendios han constituido el factor principal del
aumento y persistencia de formaciones de tipo arbustivo. Pero, a pesar de
ello, básicamente, la fauna se ha conservado. Por el contrario, la creación del
arbolado mediante “repoblaciones” de pinos, ha supuesto un factor negativo; por
otra parte, resulta que, a igualdad de superficie ocupada, el índice de
evapotranspiración de un brezal, es mayor que el de un pinar.
En
cuanto a la conservación de la flora, y en orden a destacar el carácter
nefasto de las plantaciones de eucaliptos,
baste decir que, según diversos investigadores ya han consignado, en una
zona determinada, ocupada por un eucaliptal, el número de especies de
sotobosque se reduce en un sesenta por ciento, respecto de las que hay en un
brezal sin cubierta arbórea.
Las
repoblaciones, nunca debieran hacerse con especies exóticas o alóctonas. A la
larga, los atentados contra la Naturaleza se pagan, empobreciéndose, botánica y
zoológicamente, el terreno, reduciéndose el grado de evapotranspiración en la
atmósfera, lo cual comporta alteraciones en el régimen hídrico, y, en
definitiva, en el equilibrio ecológico.
La supervivencia ha marcado, tradicionalmente, los
trabajos de las gentes de Las Hurdes, asentadas en un medio físico hermosísimo,
pero difícil; de ahí que, aunque variados y diversos, los trabajos no hayan
podido, en ciertas épocas del año, evitar la aparición del hambre. Maurizio
Catani los sintetiza con acierto:
“Los hurdanos eran y
son policultores. Tienen huertos, frutales, algunas viñas, castaños y olivos,
algo de cereales, hoy sembrados sólo para las cabras al parecer, y el ganado
por excelencia, los enjambres de abejas; tienen además cochinos y también la
pesca y la caza”.
Esta
múltiple dedicación a tareas agrícolas, ganaderas y de explotación de los
montes y de los ríos, todas ellas realizadas dentro de su marco espacial y con
respeto por la naturaleza, se ha mezclado con las emigraciones temporales para
realizar trabajos muy diversos en zonas geográficas próximas o relativamente
cercanas. Trabajos temporales que han hecho posible unos ingresos
complementarios y que han puesto en contacto a los hurdanos con el entorno
circundante.
Alguna
hipótesis establece el origen de las poblaciones hurdanas en los pastores que
se fueron asentando en aquel ámbito, levantando primero majadas para el ganado, que, con el paso del tiempo, se irían
convirtiendo en las alquerías que conocemos hoy. Esta hipótesis pastoril
presenta una relativa verosimilitud, ya que el ganado, sobre todo las cabras,
ha tenido en la zona una importancia considerable. No es extraña la asociación
propuesta entre este origen y dedicación de la zona y algunos topónimos (en el
caso concreto de Las Mestas, algunos indican que ese nombre alude a la
ubicación de la alquería en la confluencia o mesta de los ríos Malo y Batuecas y no a la agrupación ganadera
medieval). Otras hipótesis aluden al origen norteño y céltico de la población;
señalando la semejanza entre las construcciones hurdanas y las de enclaves del
noroeste peninsular.
Lo
cierto es que las dificultades del espacio físico no han impedido el
asentamiento de la población de forma permanente, a pesar de las dificultades
seculares para la supervivencia.
Y que una de
las características que, sin duda, define al habitante de Las Hurdes es el
apego a su tierra; algo que se hace palpable en la vuelta a su alquería,
siempre que le es posible y que se ha hecho con unos ahorros, una vez que ha
tenido que emigrar, para asentarse en ella definitivamente, arreglando y mejorando
su vivienda y adquiriendo algún terreno.
El
hurdano es, en este sentido, muy laborioso; al haber tenido que ir ganando, con
muchos sudores, a lo largo del tiempo, espacio cultivable al monte, mediante
la edificación de paredones de
pizarra y el acarreo de tierra con el que han sido rellenados, para plantar en
estos huertecillos apenas unos olivos y sembrar para recoger algún fruto. De esta
dificultad de ir creando terrenos cultivables viene, posiblemente, el gran
valor que el hurdano da a la tierra y el apego que por ella tiene.
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