13.6.13

‘Tierra sin pan’ (IV)


Características culturales.


Al igual que ha ocurrido en otras muchas zonas rurales de España, sobre todo las más aisladas y montañosas, la vida en Las Hurdes ha consistido, para sus habitantes, sobre todo en el hecho de hacer posible su propia supervivencia, y, de él, ha ido surgiendo la cultura tradicional de la zona. Una cultura tradi­cional que no entenderíamos si pusiéramos el acento en lo pecu­liar y en lo distintivo, y no la relacionáramos  con la de todo el con­torno del oeste de la Cordillera Central, y, sobre todo, con la del dominio leonés.

Por tanto hay que desmentir la afirmación, sostenida por diversos autores, de que en Las Hurdes no existe cultura de tradición popular. Y hay que desmentirlo ya que un acercamiento detenido a ellas demuestra todo lo contrario: La existencia de una arquitectura popular, de artesanías para cubrir las necesidades vitales, de técnicas agrícolas de cultivo, de tradiciones orales, de ritos festivos, etc.

 Las Hurdes han sido también lugar secular de des­tierro de políticos y otro tipo de personas vetadas, por unos u otros motivos, por los poderes públicos.

Aparte de la leyenda sobre Batuecas, no menos interesante es la creencia en la existencia de oro en las tierras de Las Hurdes y, sobre todo, en las arenas de sus ríos. Dicho metal precioso se obtenía mediante el lavado de tie­rras y arenas, una posible etimología de Hurdes está rela­cionada con esta tarea.

Las aldeas, alquerías y poblaciones hurdanas están íntima­mente ligadas e integradas con el paisaje, con el que se confun­den, al utilizar materiales de él extraídos y ser una prolongación humana del mismo. Así, podemos observar poblaciones en las laderas y, buscando el agua y la vida, en los lechos de los valles, junto al agua. La sierra les da su carácter: Nada apenas hay de llano en ellas, pues se sitúan en los declives, procurando no caerse por el precipicio, asentadas en leves repisas naturales.

Vistas desde el exterior, conforman caseríos apiñados, con viviendas pegadas y agolpadas unas contra las otras, entre las que es difícil adivinar calles y callejas.

A la hora de intentar un acercamiento comprensivo a las poblaciones hurdanas y a su hermosa arquitectura popular, en la que los colores negruzcos de la pizarra se confunden e integran las viviendas con el paisaje que las acoge, hemos de tener en cuenta que nos encontramos ante un enclave que, dentro de la cultura tradicional, pertenece a esa gran zona del Oeste peninsu­lar, tan rica en manifestaciones etnográficas, y, más en concreto, al dominio leonés que, durante la Edad Media, abrió un corredor por todo el poniente, de norte a sur. De ahí que sea lógico asociar la arquitectura popular de Las Hurdes y sus características, con la de otras zonas montañosas del ámbito leonés.

Esa conjunción de pizarra y madera, esa solidez de los muros, esa escasez de vanos hacia el exterior, ese apiñamiento de las edifica­ciones, ese trazado tortuoso de sus calles, esa esencialidad y sobriedad de los espacios de interior son algunas de las notas características de la arquitectura popular de Las Hur­des.

M. R. Blanco Belmonte describe en su viaje Por la España desconocida (1911), el caserío de Las Mestas: “Las paredes estaban hechas con piedras y con pizarras superpuestas, sin trabazón, sin argamasa que rellenase las junturas, sin enlucimiento de mezcla ni de yeso; los techos se erguían a la altura del hombro de una persona, y eran una mezcla de pizarras y de ramas secas; las puertas semejaban bocas de cavernas, y las ventanas y chimeneas reducíanse a un pedazo de piedra fuera de su sitio”.

En la actualidad, a causa de los ahorros obtenidos por los propios hurdanos en la emigra­ción, iniciada en los años sesenta, nos encontramos en cual­quier población de Las Hurdes con viviendas arregladas o incluso edificadas completamente nuevas.

Este hecho ha provocado un doble efecto paradójico: por una parte, la vivienda puede haber mejorado algo en los planos material e higiénico, pero, por otra, a causa de intervenciones arquitectónicamente desafortunadas se ha ido deteriorando y desapareciendo la arquitectura tradicional que tenía  unas tipologías y texturas adecuadas (el predominio de la pizarra en cubiertas y muros), modificando irremisiblemente la imagen que, en vista panorámica, provocan las alquerías a quien las contempla.

 Las viviendas hurdanas no han dispuesto nunca de muchas habita­ciones, sino que prácticamente todo su interior constituía un espacio no distribuido con muros fijos, adecuado para solucionar las necesidades básicas que  podían realizarse en un mismo ámbito. De ahí que, por lo general, las casas hayan tenido, básicamente, dos grandes compartimentos: uno para los integrantes de la familia, subdividida o no, y otro para el ganado, que incluso podía estar en una edificación contigua a la casa (cuadra o corral). Esto no es exclusivo de Las Hurdes y puede verse en otras zonas montañosas de la Península.

No obstante, en Las Hurdes ha habido casas de dos plantas y, a pesar de caracterizarse por sus escasos vanos hacia el exterior, lo que les ha dado una apariencia cerrada y compacta, no faltan en ella ventanas y balcones, a veces con hermosas balaustradas.

La casa, a veces consta de la cocina y dos habitaciones: Una hacía de comedor y la otra se destinaba para dormir y, a veces, había más de una. Se dormía en tarimas o banquillos de madera, sobre los cua­les se colocaban, a modo de colchones, unos jergones rellenos de hojas de millo de las mazarocas  (mazorcas de maíz). En Hurdes Bajas algunas casas están hechas con paredes de piedra y revocadas en su interior con adobe (mezcla de barro y paja). El tejado quedaba cubierto por lanchas de pizarra. Y la vivienda tenía tres o cuatro habitaciones o departa­mentos, con la cuadra al lado.

Para hacer un correcto análisis y valoración de la realidad de las viviendas en Las Hur­des, se ha de partir siempre de los materiales y sistemas que la zona ofrece para construir y de las necesidades tipológicas que, tradicionalmente, han tenido que solucionar las construcciones.


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