Características culturales.
Al igual que
ha ocurrido en otras muchas zonas rurales de España, sobre todo las más
aisladas y montañosas, la vida en Las Hurdes ha consistido, para sus
habitantes, sobre todo en el hecho de hacer posible su propia supervivencia, y,
de él, ha ido surgiendo la cultura tradicional de la zona. Una cultura tradicional
que no entenderíamos si pusiéramos el acento en lo peculiar y en lo
distintivo, y no la relacionáramos con
la de todo el contorno del oeste de la Cordillera Central, y, sobre todo, con
la del dominio leonés.
Por tanto hay que desmentir la afirmación,
sostenida por diversos autores, de que en Las Hurdes no existe cultura de
tradición popular. Y hay que desmentirlo ya que un acercamiento detenido a
ellas demuestra todo lo contrario: La existencia de una arquitectura popular,
de artesanías para cubrir las necesidades vitales, de técnicas agrícolas de
cultivo, de tradiciones orales, de ritos festivos, etc.
Las Hurdes
han sido también lugar secular de destierro de políticos y otro tipo de
personas vetadas, por unos u otros motivos, por los poderes públicos.
Aparte
de la leyenda sobre Batuecas, no menos interesante es la creencia en la
existencia de oro en las tierras de
Las Hurdes y, sobre todo, en las arenas de sus ríos. Dicho metal precioso se obtenía mediante el lavado de tierras y
arenas, una posible etimología de Hurdes está relacionada con esta tarea.
Las aldeas,
alquerías y poblaciones hurdanas están íntimamente ligadas e integradas con el
paisaje, con el que se confunden, al utilizar materiales de él extraídos y ser
una prolongación humana del mismo. Así, podemos observar poblaciones en las
laderas y, buscando el agua y la vida, en los lechos de los valles, junto al
agua. La sierra les da su carácter: Nada apenas hay de llano en ellas, pues se
sitúan en los declives, procurando no caerse por el precipicio, asentadas en
leves repisas naturales.
Vistas desde
el exterior, conforman caseríos apiñados, con viviendas pegadas y agolpadas
unas contra las otras, entre las que es difícil adivinar calles y callejas.
A la hora de
intentar un acercamiento comprensivo a las poblaciones hurdanas y a su hermosa
arquitectura popular, en la que los colores negruzcos de la pizarra se
confunden e integran las viviendas con el paisaje que las acoge, hemos de tener
en cuenta que nos encontramos ante un enclave que, dentro de la cultura
tradicional, pertenece a esa gran zona del Oeste peninsular, tan rica en
manifestaciones etnográficas, y, más en concreto, al dominio leonés que,
durante la Edad Media, abrió un corredor por todo el poniente, de norte a sur.
De ahí que sea lógico asociar la arquitectura popular de Las Hurdes y sus
características, con la de otras zonas montañosas del ámbito leonés.
Esa
conjunción de pizarra y madera, esa solidez de los muros, esa escasez de vanos hacia
el exterior, ese apiñamiento de las edificaciones, ese trazado tortuoso de sus
calles, esa esencialidad y sobriedad de los espacios de interior son algunas de
las notas características de la arquitectura popular de Las Hurdes.
M.
R. Blanco Belmonte describe en su viaje Por
la España desconocida (1911), el caserío de Las Mestas: “Las paredes estaban hechas con piedras y
con pizarras superpuestas, sin trabazón, sin argamasa que rellenase las
junturas, sin enlucimiento de mezcla ni de yeso; los techos se erguían a la
altura del hombro de una persona, y eran una mezcla de pizarras y de ramas
secas; las puertas semejaban bocas de cavernas, y las ventanas y chimeneas
reducíanse a un pedazo de piedra fuera de su sitio”.
En la
actualidad, a causa de los ahorros obtenidos por los propios hurdanos en la
emigración, iniciada en los años sesenta, nos encontramos en cualquier
población de Las Hurdes con viviendas arregladas o incluso edificadas
completamente nuevas.
Este hecho ha
provocado un doble efecto paradójico: por una parte, la vivienda puede haber
mejorado algo en los planos material e higiénico, pero, por otra, a causa de
intervenciones arquitectónicamente desafortunadas se ha ido deteriorando y
desapareciendo la arquitectura tradicional que tenía unas tipologías y texturas adecuadas (el
predominio de la pizarra en cubiertas y muros), modificando irremisiblemente la
imagen que, en vista panorámica, provocan las alquerías a quien las contempla.
Las viviendas hurdanas no han dispuesto nunca
de muchas habitaciones, sino que prácticamente todo su interior constituía un
espacio no distribuido con muros fijos, adecuado para solucionar las
necesidades básicas que podían
realizarse en un mismo ámbito. De ahí que, por lo general, las casas hayan
tenido, básicamente, dos grandes compartimentos: uno para los integrantes de la
familia, subdividida o no, y otro para el ganado, que incluso podía estar en
una edificación contigua a la casa (cuadra o corral). Esto no es exclusivo de
Las Hurdes y puede verse en otras zonas montañosas de la Península.
No
obstante, en Las Hurdes ha habido casas de dos plantas y, a pesar de
caracterizarse por sus escasos vanos hacia el exterior, lo que les ha dado una
apariencia cerrada y compacta, no faltan en ella ventanas y balcones, a veces
con hermosas balaustradas.
La
casa, a veces consta de la cocina y dos habitaciones: Una hacía de comedor y la
otra se destinaba para dormir y, a veces, había más de una. Se dormía en
tarimas o banquillos de madera, sobre
los cuales se colocaban, a modo de colchones, unos jergones rellenos de hojas
de millo de las mazarocas (mazorcas de
maíz). En Hurdes Bajas algunas casas están hechas con paredes de piedra y
revocadas en su interior con adobe (mezcla
de barro y paja). El tejado quedaba cubierto por lanchas de pizarra. Y la
vivienda tenía tres o cuatro habitaciones o departamentos, con la cuadra al
lado.
Para hacer
un correcto análisis y valoración de la realidad de las viviendas en Las Hurdes,
se ha de partir siempre de los materiales y sistemas que la zona ofrece para
construir y de las necesidades tipológicas que, tradicionalmente, han tenido
que solucionar las construcciones.
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