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Lo que hay de natural en el hombre no pasa de ser una inadaptación
y una vulnerabilidad. Como fracaso animal, el hombre es un marginado biológico.
En la remota vida de las hordas, o clanes, en el período más
antiguo y nebuloso de la especie, comienza para los hombres la historia social
de la domesticación humana, la distinción entre naturaleza y cultura ha de ser
eliminada. La horda puede ser entendida como una incubación de la antinaturalidad que mantiene alejada la opresión
de la vieja naturaleza con predominio del factor histórico-cultural. Con la
protección de la horda, el homo sapiens
evita los conflictos. En contraposición a la
naturaleza hostil, la horda, modernizada en tribu, funciona como incubadora del homo sapiens en una comunidad humana, previa a la polis, a la civitas, al
imperio, figuras de la era agraria.
Desde la perspectiva de la domesticación humana, el
peligroso fuera de la horda, la naturaleza inhumana ante la cual la
horda generaba un espacio comunitario, se convierte paulatinamente, desde la
era agraria, en un dentro hominizado por un dominio a través de la
construcción –primero espontánea, pero después planificada– de habitáculos para
el asentamiento definitivo.
El uso y conocimiento de los ciclos agrarios, desde los primeros
asentamientos de ex tribus nómadas, proporciona la imaginaria fuerza para
vincular con mayores niveles de cohesión social, a grandes grupos de un modo
progresivo hasta formar un conjunto a gran escala llamado pueblo, nación, estado, sociedad, comunidad.
El instrumento más poderoso en la era de los grandes
imperios es la política clásica, que tiene como objetivo formar un conjunto de
hombres cohesionados en torno a una esfera de cosas comunes. Reunir a los
ciudadanos bajo el vínculo social, es el elemento primordial para la
transformación a gran escala de grupos humanos relativamente dispersos, bandas
nómadas de cazadores-recolectores, en sistemas comunitarios de sedentarios
animales políticos. El Estado es envoltura que se extiende sobre toda la polis,
como espíritu común de la ciudad. El hombre comienza a ganar dominio en los
centros urbanos de los imperios antiguos, donde se forma una minoría selecta
en el arte del saber mandar y que culmina en una secesión respecto de la vieja
naturaleza, que dará lugar a la actual secesión de los hombres respecto de los
hombres.
Con razón dice Sloterdijk que la historia de las ideas políticas ha sido siempre una historia de las fantasías de la pertenencia a grupos y pueblos.
Vide:
· Sloterdijk,
P.- En el mismo barco, ensayo sobre la
hiperpolítica. Ed. Siruela. Madrid, 1994.
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