11.6.13

‘Tierra sin pan’ (III)

Aspectos medioambientales.


Es cierto que, como indica Grande del Brío, debido al aislamiento geográfico en que, hasta época reciente, se hallaba la comarca en cuestión, ésta ha venido padeciendo, en ciertos núcleos, una intensa endogamia.

Pero este problema no es más ni menos grave que la excesiva disper­sión genética que padecen las sociedades desarrolladas y que comporta una excesiva heterogeneidad, e implicativamente, por la aceleración en los intercambios, una alta inmaduración del sistema afectado.

De otra parte, el deterioro ecológico, que se ha producido en Las Hurdes, no ha devenido como consecuencia de la secular actividad humana, sino que guarda estrecha relación con las actividades de reforestación, llevadas a cabo, oficialmente, a lo largo de las últimas décadas. En efecto, las repoblaciones fores­tales, realizadas masivamente con pinos, y, en menor medida, con eucaliptos también, han acabado con grandes extensiones de brezales y jarales que albergaban una abundante y variada fauna de aves y de mamíferos, aparte elevar el grado de acidez del suelo, y, por ende, de las aguas de los ríos y de los arroyos, reduciendo, además, el índice de evapotranspiración.

Aun así, quedan todavía algunos rincones en donde crecen el alcornoque y la encina, y, por doquier, aparecen bancales con castaños y olivos. Los rebaños de cabras, aunque muy mengua­dos hoy, a causa de las plantaciones de especies alóctonas, conti­núan siendo un elemento integrante del paisaje; poco a poco, éste ha ido adquiriendo, sobre todo en áreas del este y del sur, un aspecto relativamente moderno, con la apertura de nuevas vías de comunicación y la mejora de las ya existentes.

En Las Hurdes la vida ha estado regida por patrones antiguos. A través de los siglos, la plantación de olivos, la recogida de miel, y, sobre todo, el cuidado y vigilancia del ganado caprino, ha inscrito la actividad del hurdano en un régimen eminentemente montaraz.  Su historia, por ello, ha estado señalada por el continuo bregar con la naturaleza bravía. La existencia de numerosas majadas, agrupadas, a veces, y que, en no pocos casos, constituyen el antecedente de los caseríos que hoy conocemos, da una idea de esa estrecha adaptación del hurdano a las condiciones que la práctica del pastoreo requiere. En semejante contexto, era inelu­dible la defensa del ganado, principalmente el cabrío y, así, construíanse majadas de altas paredes infranquea­bles.

Todavía hoy, es posible descubrir alcornoques y encinas, sombreando el terreno, allí donde no llegan ni el castaño ni los bancales de olivos. Tal era, por lo demás, la primitiva vegetación de Las Hurdes, antes de que las implantaciones de pinos cam­biaran la faz del paisaje. Desafortunadamente, desde hace unos años, se ha procedido, además, a la implantación de eucaliptos en las riberas empleando incluso maquinaria pesada para acondicionar el terreno, lo que ha provocado una intensa erosión.

En el año 1931, había seiscientas hectáreas plantadas de pinos. En la década siguiente, se intensificaron las repoblaciones forestales. Hacia 1970, había ya treinta y cinco mil hectáreas cubiertas de pinos. Como bien decía, en 1966, Jean - Mary Couderc, la comarca de Las Hurdes iba camino de convertirse en un inmenso pinar.

Nada queda, por lo demás, de los primitivos bosques de robles que revistieran el paisaje en diferentes puntos del país hur­dano. Esto lo indican los topónimos Roble y Robledo, con que se designan algunos lugares.

De la perpetuación de primitivos cultos dendrolátricos, da testimonio el árbol sagrado de Las Mestas, según ha señalado ya Félix Barroso.

Secularmente, gran parte de la cubierta arbórea ha venido siendo eliminada, en aras de un pastoreo extensivo. Los incen­dios han constituido el factor principal del aumento y persisten­cia de formaciones de tipo arbustivo. Pero, a pesar de ello, básicamente, la fauna se ha conservado. Por el contrario, la creación del arbolado mediante “repoblaciones” de pinos, ha supuesto un factor negativo; por otra parte, resulta que, a igualdad de superficie ocupada, el índice de evapotranspiración de un brezal, es mayor que el de un pinar.

En cuanto a la conservación de la ­flora, y en orden a destacar el carácter nefasto de las plantacio­nes de eucaliptos, baste decir que, según diversos investigadores ya han consignado, en una zona deter­minada, ocupada por un eucaliptal, el número de especies de sotobosque se reduce en un sesenta por ciento, respecto de las que hay en un brezal sin cubierta arbórea.

Las repoblaciones, nunca debieran hacerse con especies exó­ticas o alóctonas. A la larga, los atentados contra la Naturaleza se pagan, empobreciéndose, botánica y zoológicamente, el terreno, reduciéndose el grado de evapotranspiración en la atmósfera, lo cual comporta alteraciones en el régimen hídrico, y, en definitiva, en el equilibrio ecológico.

La supervivencia ha marcado, tradicionalmente, los trabajos de las gentes de Las Hurdes, asentadas en un medio físico hermosísimo, pero difícil; de ahí que, aunque variados y diversos, los trabajos no hayan podido, en ciertas épocas del año, evitar la aparición del hambre. Maurizio Catani los sintetiza con acierto:

“Los hurdanos eran y son policultores. Tienen huertos, frutales, algu­nas viñas, castaños y olivos, algo de cereales, hoy sembrados sólo para las cabras al parecer, y el ganado por excelencia, los enjambres de abejas; tienen además cochinos y también la pesca y la caza”.



Esta múltiple dedicación a tareas agrícolas, ganaderas y de explotación de los montes y de los ríos, todas ellas realizadas dentro de su marco espacial y con respeto por la naturaleza, se ha mezclado con las emigraciones temporales para realizar trabajos muy diversos en zonas geográficas próximas o relativamente cercanas. Trabajos temporales que han hecho posible unos ingresos complementarios y que han puesto en contacto a los hurdanos con el entorno circundante.

Alguna hipótesis establece el origen de las poblaciones hurdanas en los pastores que se fueron asentando en aquel ámbito, levantando primero majadas para el ganado, que, con el paso del tiempo, se irían convirtiendo en las alque­rías que conocemos hoy. Esta hipótesis pastoril presenta una relativa verosimilitud, ya que el ganado, sobre todo las cabras, ha tenido en la zona una importancia considerable. No es extraña la asociación propuesta entre este origen y dedicación de la zona y algunos topónimos (en el caso concreto de Las Mestas, algunos indican que ese nombre alude a la ubicación de la alquería en la confluencia o mesta de los ríos Malo y Batuecas y no a la agrupación ganadera medieval). Otras hipótesis aluden al origen norteño y céltico de la población; señalando la semejanza entre las construcciones hurdanas y las de enclaves del noroeste peninsular.

Lo cierto es que las dificultades del espacio físico no han impedido el asentamiento de la población de forma perma­nente, a pesar de las dificultades seculares para la supervivencia.


Y que una de las características que, sin duda, define al habi­tante de Las Hurdes es el apego a su tierra; algo que se hace pal­pable en la vuelta a su alquería, siempre que le es posible y que se ha hecho con unos ahorros, una vez que ha tenido que emi­grar, para asentarse en ella definitivamente, arreglando y mejo­rando su vivienda y adquiriendo algún terreno.

El hurdano es, en este sentido, muy laborioso; al haber tenido que ir ganando, con muchos sudores, a lo largo del tiempo, espa­cio cultivable al monte, mediante la edificación de paredones de pizarra y el acarreo de tierra con el que han sido rellenados, para plantar en estos huertecillos apenas unos olivos y sembrar para recoger algún fruto. De esta dificultad de ir cre­ando terrenos cultivables viene, posiblemente, el gran valor que el hurdano da a la tierra y el apego que por ella tiene.

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