23.6.24

Si te dicen que caí.


Cuando te dicen que Vitoria o Gerona son dos de las urbes modélicas del país en calidad de vida y otras monsergas, no tienes más remedio que recordar que fueron precisamente ellas, hace años, el destino de una gran parte de la fuerza de trabajo inmigrante desde una comarca lejana y fronteriza que, dada la estructura de sus propiedades agrícolas amén de la incomunicación y otros factores de abandono, fue pasto de menesterosidades extremas.

Es curioso, también, el porcentaje de moradores allí que no vieron otra forma de progreso que ingresar, padres e hijos, en la Guardia Civil. Por ello encontramos, al visitar los poblados de dicha comarca, a varios de los que nos habían dado noticia.

Pero también debería encontrarse en su casa otro personaje que nos interesaba, del que la benemérita ya no iba con él.
Era Perlo, o mejor ‘el Perliño’, pero no fue Perlo padre sino Perlo hijo el que contestó a nuestra demanda. La ventaja de las medias generaciones es que puedes coincidir y hacer negocios, si tu edad es intermedia, con un padre y con su hijo.

Perlo padre, del que en realidad buscábamos noticias, ya murió. Fue contrabandista y vivió, bien, de ello. Era proveedor de mi familia tendera, antes buhonera. Sobre todo de paquetes de Chesterfield de estraperlo para mi joven padre, ese ‘chester’ sin filtro que constituyó tu primer pecado grave a los diez años, robárselo a tu padre y fumártelo, tosiendo, con tus amigos tras una tapia donde finalizaba el caserío de tu villa.

Su hijo nos confirmó muchas de sus contadas historias, casi hazañas. Lo mejor fue el ajado traje de guardiacivil, guardado en arcón como reliquia, con el que se disfrazaba para poder sustraerles la carga a otros contrabandistas foráneos.


En el patio, humeante y renqueante, un destartalado alambique, atado con correas y a punto de explosionar, destilaba un bagazo al que nos convidó. Y con aquel orujo quitapenas, brindamos gozosos por su memoria.

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