30.3.22

Tirez sur le pianiste.

Tiempos lejanos que cuesta que vuelvan.
*

En la serenidad otoñal de una campiña plantada de jóvenes nogueras y carvallos y envuelta en una niebla matinal que deviene luz vespertina, la música puede escucharse con muchos más matices.
 
De esa manera, descubres un Bizet de 17 años en su Sinfonía nº 1 en do mayor, -pese a ser considerada una tarea estudiantil, muy similar a la Sinfonía en re de Gounod, su maestro- muy disciplinado musicalmente, que se preocupa por aplicar la correcta utilización del contrapunto, usando melodías con brillo y armonías variadas, con una estructura y orquestación que denota su aprovechamiento de buen estudiante de conservatorio. Comme il faut!
 

O, por el contrario, un Shostakóvich de 50 años que, en su -tachado de simpático e intrascendente- Concierto nº 2 en fa mayor, opus 102, para piano y orquesta, escrito para su hijo, desde su madurez musical crea una obra para jóvenes músicos, fresca, alegre, con un fino sentido del humor, con temas (‘The drunken sailor’) incluso descarados o disparatados y con una picante instrumentación. Un acierto tajante.


 
Tras ellos, podríamos citar otros ejemplos.
 
Pero nunca tendríamos una lectura así de canónica, una hermenéutica tan culturalmente modulada si se tratase de una obra de Mozart.
¿Por qué nos gusta Mozart? Porque su música es la música de la música.

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