25.9.24

El espacio del capitalismo.

El espacio del capitalismo.

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A propósito de Frédéric Neyrat a propósito de David Harvey. 
 [V. V. A. A.- Pensar desde la izquierda. Ed. Errata naturae. Madrid, 2012]
 
 
 
Marx, Weber y otros clásicos privilegiaron el tiempo y la historia frente al espacio y la geografía. [No ha sido así en el pensamiento postmoderno revisado, vide Jameson, para el que la postmodernidad se caracterizaría por el creciente predominio de lo espacial sobre lo temporal].
La abolición del espacio mediante el tiempo significa en el pensamiento marxiano “reducir al mínimo el tiempo que requiere el movimiento de un lugar a otro”.
En efecto, el espacio ha sido superado por el tiempo y dato palmario de ese canje es la aceleración de los intercambios.
A Marx la verdad de su teoría le ocultaba la teoría de su verdad, pues no dedujo que para destruir el espacio, el capitalismo necesita producir espacio. Harvey nos dice entonces que para la superación del espacio se hace necesaria la organización espacial. Y es la producción del espacio lo que posibilita su abolición. Como ya nos indicó Debord, el capitalismo debe reconstruir la totalidad del espacio como decorado propio [La sociedad del espectáculo].

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Para acelerar el tiempo es necesario disponer de la infraestructura necesaria. Tecnologías que deben ser implantadas para acelerar los intercambios. Y esa implantación se desarrolla en un núcleo propicio para los ámbitos económico y social: la ciudad, la región. Produciéndose entonces la contradicción, en el capitalismo, de la exigencia de configuraciones espaciales fijas frente a una continuidad de flujos.
Aunque el capitalismo necesite implantarse en un espacio para configurar dichos flujos, la estructura coherente que precisa no puede mantenerse demasiado tiempo: la producción capitalista tiende, por sobreacumulación, a desembocar en nuevos mercados, nuevos territorios con la destrucción de toda coherencia regional.
Coherencia regional que sólo puede salvaguardarse, según Vieillescazes, con la producción de un ‘espacial fijo’.
Pero, ¿qué tipo de espacio produce el capital?
Si aunque, escribe Harvey, “la capacidad para zafarse del espacio depende de la producción del espacio”, se evitaría la paradoja en el momento en que el modo de producción de un ‘espacio abocado a la desaparición’, conformase ese espacio como algo ya consumido o ya fluidificado (los flujos erradicarían las infraestructuras en gran medida inmóviles).
El capitalismo produce espacio, mas un espacio desechable [‘junkspace’ en expresión del arquitecto Rem Koolhaas]. Es porque el capitalismo produce espacio sin producir lugares, o también porque el capitalismo produce no-lugares [Marc Augé] al producir espacios programados para la producción. Un lugar puede ser definido como asimilación simbólica del espacio, inscrito en una dimensión lingüística, histórica y pública. Mientras que el espacio es métrico, el lugar se define por una cualidad no métrica: así, de acuerdo con J. Lévy, un lugar es un “espacio definido por la no-pertenencia de la distancia en su seno”.
Existiría la contradicción antes citada, si la arquitectura no hubiera sido destronada por el urbanismo, si el espacio producido por el capitalismo desvelara alguna vocación de perdurabilidad. No es el caso. El capital tiene como simple objetivo fijar un tiempo en un espacio que ya no cuenta para nada, preparado para su próxima desarticulación. En otras palabras: el espacio del capitalismo no ha tenido lugar.

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En relación ahora con las contradicciones que afectan al espacio cultural [y, pace Jameson, los ‘artefactos culturales’ reflejan las contradicciones que una determinada sociedad no resuelve], la doble coerción de que depende la mercantilización de la cultura deriva de que únicamente pueden extraerse beneficios de los objetos culturales transformables en mercancía, pero, sin embargo, el valor del objeto cultural aparece ligado a su cualidad incomparable, a su singularidad. Si se trata de un objeto reproducible pierde su singularidad, y por tanto su valor de cambio se reducirá. Hay que disponer del control exclusivo de un artículo directa o indirectamente explotable y que en cierto modo debe ser único y no reproducible.
En esto consiste el peligro de la globalización, en la creación, fruto de la colonización absoluta llevada a cabo por el capitalismo en su fase avanzada, de un gran mercado a escala mundial donde todo [y la cultura no es más que otro nicho de mercado], puede intercambiarse de inmediato sin que el coste de desplazamiento influya para ser tenido en cuenta.
Pero para evitar la tendencia a la homogeneización del intercambio generalizado, el capitalismo debe crear forzosamente diferencias, a fin de mantener su renta.
 El capital debe impulsar formas de diferenciación y permitir desarrollos culturales divergentes, al contrario que un enfoque verdaderamente reduccionista y unilateral que sólo advertiría un proceso de homogeneización –o que sólo percibiría la destrucción del espacio por el tiempo-.
Así, en la lucha por el capital simbólico colectivo se hace imposible disminuir la inversión inmobiliaria a causa de la actividad turística: actividad que ha sido efecto de los cambios estructurales del capital y que debe su supervivencia a la inversión en aquello que todavía puede soportar la degradación generada por el intercambio que él mismo promueve. Las grandes entidades financieras invierten entonces en museos como el Guggenheim de Bilbao de F. Gehry.

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¿Qué tipo de diferencias impulsa al capitalismo?
El capitalismo sólo promueve las pequeñas diferencias: la denominada ‘estética de la especificidad cultural’ que se aplica a determinados paisajes, ciudades, monumentos o entornos, no es en absoluto contradictoria con esa universalidad plana que se entiende como propia del sistema capitalista.
No conviene confundir ‘especificidad’ con ‘variedad infinita’ que eso es lo que produce el capitalismo. La variedad infinita convierte la especificidad en estereotipo susceptible de ser ligado a cualquier otro estereotipo.  Pero un estereotipo no supone más que una falsificación de la especificidad. Por ejemplo, el caso de los monumentos reformados para que sean como se cree que eran en la época de su construcción. Se trataría de una autenticidad simulada.
Harvey tiene razón al contemplar el espacio concreto y los objetos como producciones, resultando esencial según él, “construir una teoría de lo concreto y de lo particular en el marco de las determinaciones universales y abstractas de la teoría marxista de la acumulación capitalista”.
 
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Cómo articular la producción del espacio y la actividad depredadora del capitalismo, es el último problema. “La idea de ‘cultura’ está inevitablemente unida al intento de reafirmación de los poderes monopolísticos”, escribe Harvey, porque la singularidad y autenticidad encuentran su mejor manifestación en la aspiración de la cultura de representar el ámbito de lo particular. Esta cultura especializada, seleccionada, tiene su fundamento en la actividad depredadora de las prácticas capitalistas que la preceden.
Se plantea entonces una cuestión estético-política: para la construcción de ese edificio ¿de dónde procede esa piedra? ¿y esa madera? ¿a qué coste, incluso humano?   
El momento de la calificación cultural comienza con la expropiación del territorio del otro, de sus espacios, de sus conocimientos. Aunque el problema radique, según Harvey, en “arrancar los espacios locales de manos del capitalismo para reapropiarlos”, no todo debe ser forzosamente reapropiado, algunas cosas deberían abandonarse o destruirse. Hay construcciones que no merecen existir.
La eliminación de ámbitos y otras catástrofes ‘informan el espacio’ producido por el capitalismo, que parece incapaz de participar en la configuración de lugares, al no superar las contradicciones económico-espaciales del sistema.
Ningún ‘espacial fijo’ podrá impedir el daño al mundo viviente que provoca el capitalismo, esa destrucción de los entornos. La destrucción del entorno no deja de estar asociada a la incapacidad del capitalismo para construir lugares y para operar transacciones entre unos y otros. Y es que la producción espacial del capitalismo sólo advierte contradicciones superficiales incapaces de afectarle en profundidad.
La producción de ese espacio sin lugares es lo que posibilita nuestra indiferencia hacia el entorno. Una novedosa crítica estaría obligada a explicar la naturaleza de ese inconsciente topológico del capitalismo.

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Sr. Verle


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