21.4.22

Todos los humanos tienen culo (1).

A propósito de unas confidencias de un joven profesor respecto a que para simular su atenta vigilancia en invernales exámenes bien poblados de estudiantes, no cesaba de pasear, fila tras fila, de atrás hacia adelante por las aulas, siendo su exclusivo, y no confesado hasta entonces, afán vislumbrar en las alumnas ese otro 'canalillo' en donde la espalda pierde su casto nombre, dado que sólo en la estación florida, el delantero nos era dado a la contemplación furtiva. Tal era el caso, que confesaba honestamente esa suya atracción a tergo, como si de un claro cambio de paradigma se tratara.

Pues bien, pertinentemente revisitamos un curioso artículo del escritor francés Jean-Luc Henning, que fragmentariamente traemos aquí, en el que revindicaba una adoración, no sólo nocturna, de las nalgas.

* * *
“Estaremos de acuerdo -escribió Henning-, en que las nalgas no sirven para nada que no sea proporcionar suavidad, dinamismo y mullido a esa postura sentada a la que desde hace tres o cuatro millones de años se han aficionado los humanos, razón por la cual, sin duda, son los únicos que tienen nalgas. Además, a lo largo de los años no nos hemos privado de escarnecerlas, de hacerlas objeto de chistes o de despreciarlas. El culo ha servido sobre todo para expresar la fealdad, el miedo, la traición, la trapacería y cosas por el estilo. Y cuando no se lo tomaba a risa, se lo criticaba, lo que constituye una monstruosa ingratitud. Si las nalgas tienen tan mala reputación, es también por haber estado en connivencia con el diablo. Pero, ¿el diablo tenía nalgas? La tradición de un diablo sin nalgas explicaría que baste mostrar el culo a Satán para recordarle su debilidad y obligarle a volver la cabeza. Estratagema utilizada por quién se considerase asediado por un ejército de súcubos. Sin embargo, parece ser que en los 'sabbats' el diablo hacía que le besaran el ano en signo de vasallaje. Hay numerosos testimonios de la existencia de una cópula cum daemone, hecha por la vía de la sodomía. Se comprende que el ano haya preocupado furiosamente a la Iglesia.
Y sin embargo, basta con ver las estatuas del paleolítico, desde antiguo se ha exaltado las nalgas, especialmente las de la mujer. En muchas culturas africanas se pueden observar esos generosos perfiles femeninos. Para ser una mujer de calidad, hay que ser una mujer de cantidad. En la Grecia clásica, eran los hombres los que se beneficiaban de ese entusiasmo por las posaderas. Los principios de esa belleza masculina, que también respondía a una moral cívica determinada, era: pene pequeño y gruesas nalgas = joven viril. Un admirable trasero y un órgano sexual pequeño clasificaban, pues, a los jóvenes atletas en la categoría de divinidades, mientras que un pene voluminoso acompañado de nalgas fofas y desgastadas, revelaban molicie y lubricidad de costumbres. En la época moderna, las nalgas masculinas han enunciado con vigor en el arte las convicciones republicanas, aunque hay que reconocer que, a parte de los artistas del Renacimiento, se han preferido las volutas femeninas con una nalga levantada o acostada. Es decir, siempre ha sido problemático pensar en las nalgas como algo distinto a un atributo de la feminidad. Quizá porque las nalgas van siempre de dos en dos y el par es femenino. Probablemente también porque las nalgas siempre han estado asociadas a la luna -por su redondez, su claridad lechosa, su aspecto de satélite-, y su nombre es generalmente femenino. Esa es sin duda la razón por la que a los hombres les repugna mostrar su culo: seria revelar una parte de feminidad que guardan celosamente.


Newton

 
 Velázquez

Desmond Morris formuló la hipótesis siguiente: como el resto de los primates, originariamente los hombres se acoplaban por detrás y los caracteres sexuales de las mujeres se trasmitían por la grupa, como pasa con los monos. Cuanto más generosa era la grupa, más generosa era la mujer. Pero también era muy incómodo, así que los hombres pasaron a copular de frente. Consecuencia: los senos se hincharon para reproducir los amplios hemisferios de las nalgas. Lo que proporcionaba una versión mucho más equilibrada y ágil de la mujer. Es en los senos donde se da la diferencia sexual, y el trasero, sexualmente indiferente y potencialmente femenino, es decir, sumiso, es el lugar de la confusión de sexos, de la ambigüedad de género.
Habría que añadir que hay un canon, un ideal de perfección del culo. Relacionando altura y caderas, la fórmula mágica del sexy femenino sería de 0,7; ecuación que dibuja la silueta denominada de reloj de arena. Tal estructura indicaría inmediatamente tres cosas: 1) que la mujer no está embarazada; 2) que está en edad fértil; 3) que goza de buena salud".


[continuará]

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