"El destino. Mi destino...
Yo he luchado con la muerte. Es el combate menos emocionante que pueda imaginarse. Tiene lugar dentro de una impalpable neblina gris, sin nada en qué apoyarse, sin nada a tu alrededor, sin espectadores, sin aplausos, sin gloria, sin ese gran deseo de victoria, sin miedo a la derrota, en una atmósfera enfermiza llena de tibio escepticismo, sin mucha fe de tu lado, y todavía menos del de tu adversario. Si tal es la forma de la sabiduría definitiva, entonces la vida es un enigma mayor de lo que algunos creemos. Estuve a un paso de pronunciarme, y descubrí con humillación que probablemente no tenía nada que decir".
Yo he luchado con la muerte. Es el combate menos emocionante que pueda imaginarse. Tiene lugar dentro de una impalpable neblina gris, sin nada en qué apoyarse, sin nada a tu alrededor, sin espectadores, sin aplausos, sin gloria, sin ese gran deseo de victoria, sin miedo a la derrota, en una atmósfera enfermiza llena de tibio escepticismo, sin mucha fe de tu lado, y todavía menos del de tu adversario. Si tal es la forma de la sabiduría definitiva, entonces la vida es un enigma mayor de lo que algunos creemos. Estuve a un paso de pronunciarme, y descubrí con humillación que probablemente no tenía nada que decir".
"¡El horror! ¡El horror!" (J. C.)
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"Qué extraña es la vida –ese misterioso acuerdo, de una
lógica cruel, y con un propósito inútil-. Lo más que se puede esperar de ella
es alcanzar cierto conocimiento de uno mismo -cosa que sucede demasiado
tarde-, y una cosecha de interminables reproches".
Bienhallado Sr. Verle. Suerte con su blog.
ResponderEliminarLuchar con la muerte... "sin miedo a la derrota". Es una entrega, más o menos rebelde, más o menos resignada, porque no hay lucha sin miedo. Es más, se lucha (como se vive) por miedo. Sólo cuando la biología se ha impuesto en forma de vejez, de falta de energía, ésta no se puede transformar en combate; ya no existe. Ese grito desgarrado de "¡El horror! ¡El horror!" es la sanción del vacío interior que hace Conrad, previo viaje al mismo, ineluctable. De ahí la metáfora del río.
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