[de la biblioteca paterna (ahora que vamos a desmantelarla)]
Máximo Gorki fue fundador del movimiento literario
del realismo socialista, del cual es un exponente su obra. Principalmente la
novela 'La madre', considerada generalmente
como la primera obra realista socialista. Gorki fue un importante factor en el
rápido crecimiento de esta corriente y en su opúsculo 'El realismo socialista' trazó sus fundamentos. Aunque el realismo
socialista tiene sus raíces en el neoclasicismo y las tradiciones realistas de
la literatura rusa del siglo XIX, que describen la vida común del pueblo. Entronca
pues, con una tendencia decimonónica a representar la vida social del proletariado.
El término "realismo" se utiliza por la intención de describir al
trabajador como se supone que es en realidad. Su objetivo es exaltar a la clase
trabajadora común, al presentar su vida y trabajo como materia digna de estudio.
En otras palabras, lo que se pretendía era educar al pueblo en las miras y
significado del socialismo. [De Wikipedia].
*
Como señaló el propio Gorki: "No hay gente inútil, sólo hay gente perjudicial". Un pequeño relato suyo, dentro de otra obra, no sería ningún ejemplo de lo anterior. Más bien lo leemos como una precuela del 'realismo sucio' que vendrá mucho después y en otro contexto. Pero, independientemente de su adscripción, nos resulta un buen ejemplo de una prosa moderna que adecúa forma y contenido, con equilibrio entre estilo indirecto y estilo directo, sin largos párrafos, ni fárragos y con contención en el uso de imágenes literarias. Una lectura que, por sencilla, no deja de ser admirable, aún con el poso de amargura que nos transmite:
MISERIA DE NINA
"UNA tarde, cansado de
trabajar, me había tendido al suelo en el ángulo de un caserón de piedra; sobre
el muro, los rayos del sol hacían resaltar las hendiduras profundas y las
manchas de barro.
En el interior de la casa, día
y noche, parecidos a las ratas en una bodega, se agitaban unos hombres
hambrientos y sucios; llevaban el cuerpo cubierto de guiñapos, y sus almas
estaban tan mancilladas como sus cuerpos.
Por las ventanas de la casa se
escapaba, semejante al humo espeso y lento de un incendio, el rumor sordo y monótono de la vida
hormigueante; sumido en una especie de somnolencia, escuchaba yo este rumor
triste.
De pronto, cerca de mí, surgió una voz delicada y
dulce de detrás de unos toneles vacíos y unas cajas viejas:
Do, do, el niño do,
el niño dormirá
pronto ...
Jamás había oído en aquella casa a las madres cunar
a los niños con tanta ternura. Me levanté sin ruido y miré tras los toneles.
Una muchacha estaba sentada sobre una de las cajas. Su cabeza, llena de rizos
rubios, se inclinaba profundamente y, balanceándose, seguía su canción triste.
Do, do, pequeño muñeco,
la mamá vendrá
pronto
y te traerá pasteles ...
En sus manitas sucias tenía el mango de una cuchara
de madera, envuelta con un trapo rojo, y lo contemplaba con sus grandes ojos.
Tenía unos bellos ojos, claros y tiernos, de una
tristeza rara en los niños. Su expresión me hirió de tal modo, que no me
apercibí de la suciedad de su cara y de sus manos.
Sobre la muchacha, como si fueran nubes de hollín y
de ceniza, pasaban los gritos, las injurias, las risas de borrachos, los
llantos; en torno a la niña todo estaba roto y mutilado, y los rayos del sol
iluminaban los restos de las cajas, dándoles el aspecto lúgubre de un organismo
destrozado por la mano implacable de la pobreza.
Hice un movimiento involuntario, y la jovencita se enteró de mi presencia; se encogió como un ratoncito ante un
gato. Sonriendo, miré su cara triste, tímida y mugrienta. Cerró fuertemente los
labios, y sus cejas delgadas temblaron; después se levantó, sacudió con aire
atareado su ropa desgarrada, que conservaba apenas su antiguo color rosa, metió
su muñeca en el bolsillo, y con una voz clara y vibrante me preguntó:
-¿Qué miras?
Tendría once años próximamente; era delgada,
encantadora. Me miró atentamente, y sus cejas temblaban todavía.
-¡Bueno!-
continuó después de un momento de silencio-. ¿Qué quieres?
-Nada...
Diviértete... Yo me iré -respondí-.
Entonces ella dio un paso hacia mí, frunció el entrecejo con expresión de repugnancia, y me dijo con voz alta y clara:
Entonces ella dio un paso hacia mí, frunció el entrecejo con expresión de repugnancia, y me dijo con voz alta y clara:
-Vienes
conmigo... Me darás quince copecks.
De momento no comprendí; pero
recuerdo que me estremecí ante algo horrible.
Ella se acercó, apretándose
contra mi cuerpo, y esquivando mi mirada dijo con voz monótona
y tierna:
y tierna:
-Vamos... Yo no tengo vergüenza de hacer la carrera para buscar a un
hombre... Por otra parte, no puedo salir ahora... El querido de mi madre ha
vendido mi traje para comprar aguardiente... ¡Vamos!
Con dulzura y sin decir palabra
la rechacé. Ella se fijó en mí con aire de extrañeza, pareciendo no
comprenderme; sus labios se movían convulsivamente. Por último levantó la
cabeza, mirando a lo alto, con sus grandes ojos abiertos y tristes, y dijo con
voz baja:
-No hagas muecas... Te crees que gritaré porque soy pequeña. No tengas
miedo. Antes gritaba, es cierto; pero ahora ya no...
Y sin acabar escupió con un
aire de indiferencia.
Yo me alejé, llevando en mi
corazón un horror indescriptible con la mirada de los ojos claros de la niña".
[Máximo Gorki.- 'En la cárcel'. Ed. Mundo Latino. Madrid 1929]
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