26.5.20

Cat.


Las gatas han sorprendido siempre por su legendaria peri­cia a aterrizar a cuatro patas, aun cuando las dejemos caer panza arri­ba. Este hecho se basa en dos características típicamente feli­nas: un esqueleto inusual y unos reflejos simplemente excep­cionales.

Pese a poseer más huesos que las humanas, estructuralmente, las gatas no poseen clavícula en sentido estricto, he­cho que unido a un esqueleto altamente flexible les permiten deslizarse a través de orificios de tamaño inverosímil. En este caso, el límite más severo en el tamaño de orificios que puede franquear viene impuesto por las dimensiones de su propia ca­beza, su cráneo, cuya función primaria es como muro pro­tector del cerebro, no le permite excesivas alegrías en lo que a flexibilidad se refiere.

Respecto a la caída, las gatas han desarrollado la habilidad de retorcer su anatomía. Desde las tres o cuatro semanas de vida, las gatas adquieren el hábito de rotar en plena caída para así reorientar su cuerpo y afrontar el impacto con el suelo en las mejores condiciones posibles. Debi­do a su sorprendente flexibilidad, son capaces de darse la vuel­ta con sólo girar la cabeza y la parte superior de su anatomía hacia un extremo y es un giro que se comunica al resto de su cuerpo.

En el caso de las gatas, entonces, su excepcional anatomía les permite, de forma plena a partir de las siete semanas de existencia, modificar su posición en una caída moviendo adecuadamente sus articulaciones, tanto patas como cola, sin violar, en ningún caso, ninguna ley física.
Y eso sin haber ido a la escuela primaria. ¡Miau!


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