Dos
palmos más abajo.
El doce de octubre suelo celebrar con una ex-amante catalana, que sigue siendo amiga, una efeméride sentimental muy querida que en nada empece tan señalado día.
Unos
años, con una simple llamada o mensaje, otros, si se tercia, con un encuentro
más o menos esporádico según las circunstancias, pero siempre, a través de e-mails y chats, uno sabe por donde anda el otro y como se lo va montando.
Esta
vez, en cuarto creciente, sí coincidimos personalmente y con tiempo y con
espacio.
Pero
en su casa, los recuerdos nos traicionaron y los deseos también. Una cierta
euforia por mi parte, contagiada por la jornada sabatina y unas largas copas de
Priorat ‘Les Terrasses’ (no parece
oportuno, estamos a otra cosa, que describa su cata), allanaron el camino de su
añorado cuerpo. Así, fui demostrando mis destrezas y ella acabo loando mi
seductor encanto, tras un intenso débito:
-
¡Ah, caballero! Qué bien conoce donde está el corazón de una mujer.
-
¡Ya lo creo, princesa! Dos palmos más abajo de donde muchos hombres piensan.
Y sonriendo se acurrucó en mis
brazos.
Cuando me desperté, trabaja en turno
muy temprano, en la almohada me había dejado un libro de poemas de Benedetti,
que me había llevado de regalo.
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