Vayamos
ahora hacia la ciudad... seamos sociológicos.
La
ciudad es divertimento y comercio. Su esencia siempre fue celebración.
Y quiérase o no, un celebrar misterios, amén de integrar lo que de suyo le
llega y le rodea. Ella, la ciudad, protege desde una virginidad y unos amoríos
ininteligibles, lo que hay que celebrar en grande y periódicamente. Para uno
de sus grandes tiempos, la noche, se dio, desde fines del siglo XIX y más aún
en estos últimos siglos, la gran manera de celebrar: la tradición
blues-jazz, como género. Una celebración única atendiendo distintas
resonancias y experiencias urbanas y étnicas incubándose en la noche. Porque la
noche es el tiempo-espacio del encuentro multiétnico de la ciudad americana, el
momentum de la utopía; es la sombra del mercado, en el que se da, desde
'el intercambio mudo' (etnología), hasta el 'intercambio escandaloso'
(sociología).
Es
que, en verdad, la tradición blues-jazz es para la ciudad de hoy, lo que
el negro para la noche, histórica y etnológicamente. Teatro, drama y divertimento.
Todo ello le está dado al jazz-blues y a su condición de género.
Le está dado todo lo oscurecido y puesto en sombra, como también lo tendido; le
pertenece ya en su hermética endemoniada, la que de sí nos trae el propio
monosílabo jazz... raptos, 'rag-time',
'boogie-woogie' (cosa mala), meneo, swing, sensualidad desde el arranque;
andrajoso pero blues.
Es
decir, todo lo que el negro ha perseguido siempre arriba y al Sur del Río
Grande para poder ser integrado y ser un sí mismo. Porque es sentirlo imaginadamente
y corporalmente como suyo, porque no está fuera de él, lo tocará desde Nueva
Orleans a Chicago, desde San Francisco a Nueva York. Y quizá entonces lo verá y
vivirá tanto como cualquier otro ser anochecido, presidiendo los misterios del
éxtasis en este Occidente actual. Incluso, es probable que hasta los rusos
hayan empezado a sentirlo, sobre todo desde que el guaguancó montuno los
bailó y arropó en el Caribe.
(...)
Es muy significativo que haya sido Nueva Orleans casi la única ciudad norteamericana (estadounidense) que combinó a España (la primera huella), Francia (la segunda huella) e Inglaterra grosso-modo (la tercera huella), como tres sombras en una. Es además altamente sintomático que el norteamericano común hablara de ella (sobre todo a fines del siglo XIX y principios del actual) como ‘el país de los sueños’.
Nueva
Orleans fue conocida en ese contexto de Golfo-Caribe como ‘The Crescent City’ (La ciudad que crece) sobre todo llamada así
por los norteamericanos de más raíz, los del sur. Y es que uno siente en esta
expresión la imagen de una ciudad nueva, emergente, musicalmente una ciudad in
crescendo, como efectivamente su historia lo demuestra.
El jazz-blues tenía que surgir desde un
sur, y en un sur tropical. El jazz está atado básicamente a una
historia tropical, a una historia que se gestó en los dos grandes trópicos. Uno
algodonero mayormente, el otro azucarero. Se inició en Nueva Orleans, esto es,
en la propia mitad costera del Golfo, en la propia desembocadura majestuosa
del gran río de su voz, el Mississippi, el río que se susurra como el
monosílabo del jazz. El Mississippi
es su oralidad; y Nueva Orleans su voz, que le es tan propia.
Sin
entrar en mayor hondura se afirma y se siente que esta imaginería vive en esa
ciudad y región del Golfo y del Caribe con todo y el pesar de que ese ‘país de
los sueños’ haya pasado, bajo la locura nomádica del colono, hacia el Oeste, a
otra ciudad ya apagadamente hispánica, porque en tan vasto territorio hay
distancias, sí, que matan, Los Ángeles, de sombra hispánica desfalleciente, y a
su zoo-mecánico, Hollywood, (el bosque feliz), la ‘fábrica de sueños’.
Lo
cierto es que con ese eje triple de noche, de sombra y de ciudad, la blancura y
la negrura se dulcealmidonaron en Nueva Orleans [*].
&&&
“La vieja Nueva Orleans es una gran ciudad
del sur,
donde seguramente encontrarás hospitalidad.”
‘New Orleans Hop Scop Blues’ by George W. Thomas.
Otra versión NOHSB.
[* de López Sanz, R.- El jazz y la ciudad.Monte Ávila Ed. Cacracas. 1992].
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