El espacio del capitalismo.
A propósito de
Frédéric Neyrat a propósito de David Harvey.
[V. V. A. A.- Pensar desde la izquierda. Ed. Errata
naturae. Madrid, 2012]
Marx,
Weber y otros clásicos privilegiaron el tiempo y la historia frente al espacio
y la geografía. [No ha sido así en el pensamiento postmoderno revisado, vide Jameson, para el que la
postmodernidad se caracterizaría por el creciente predominio de lo espacial
sobre lo temporal].
La
abolición del espacio mediante el tiempo significa en el pensamiento marxiano “reducir al mínimo el tiempo que requiere el
movimiento de un lugar a otro”.
En
efecto, el espacio ha sido superado por el tiempo y dato palmario de ese canje
es la aceleración de los intercambios.
A
Marx la verdad de su teoría le ocultaba la teoría de su verdad, pues no dedujo
que para destruir el espacio, el
capitalismo necesita producir
espacio. Harvey nos dice entonces que para la superación del espacio se hace
necesaria la organización espacial. Y es la producción del espacio lo que posibilita
su abolición. Como ya nos indicó Debord, el capitalismo debe reconstruir la
totalidad del espacio como decorado propio [La
sociedad del espectáculo].
Para
acelerar el tiempo es necesario disponer de la infraestructura necesaria.
Tecnologías que deben ser implantadas para acelerar los intercambios. Y esa
implantación se desarrolla en un núcleo propicio para los ámbitos económico y
social: la ciudad, la región. Produciéndose entonces la contradicción, en el
capitalismo, de la exigencia de configuraciones espaciales fijas frente a una continuidad
de flujos.
Aunque
el capitalismo necesite implantarse en un espacio para configurar dichos flujos,
la estructura coherente que precisa no puede mantenerse demasiado tiempo: la
producción capitalista tiende, por sobreacumulación, a desembocar en nuevos mercados,
nuevos territorios con la destrucción de toda coherencia regional.
Coherencia
regional que sólo puede salvaguardarse, según Vieillescazes, con la producción
de un ‘espacial fijo’.
Pero,
¿qué tipo de espacio produce el capital?
Si
aunque, escribe Harvey, “la capacidad
para zafarse del espacio depende de la producción del espacio”, se evitaría
la paradoja en el momento en que el modo de producción de un ‘espacio abocado a
la desaparición’, conformase ese espacio como algo ya consumido o ya
fluidificado (los flujos erradicarían las infraestructuras en gran medida
inmóviles).
El
capitalismo produce espacio, mas un espacio desechable [‘junkspace’ en expresión del arquitecto Rem Koolhaas]. Es porque el
capitalismo produce espacio sin producir
lugares, o también porque el capitalismo produce no-lugares [Marc Augé] al producir espacios programados para la
producción. Un lugar puede ser definido como asimilación simbólica del espacio, inscrito en una dimensión
lingüística, histórica y pública. Mientras que el espacio es métrico, el lugar
se define por una cualidad no métrica: así, de acuerdo con J. Lévy, un lugar es
un “espacio definido por la
no-pertenencia de la distancia en su seno”.
Existiría
la contradicción antes citada, si la arquitectura no hubiera sido destronada
por el urbanismo, si el espacio producido por el capitalismo desvelara alguna
vocación de perdurabilidad. No es el caso. El capital tiene como simple
objetivo fijar un tiempo en un espacio que ya no cuenta para nada,
preparado para su próxima desarticulación. En otras palabras: el espacio del capitalismo no ha tenido
lugar.
(by google)
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En
relación ahora con las contradicciones que afectan al espacio cultural [y, pace Jameson, los ‘artefactos culturales’
reflejan las contradicciones que una determinada sociedad no resuelve], la
doble coerción de que depende la mercantilización de la cultura deriva de que únicamente
pueden extraerse beneficios de los objetos culturales transformables en
mercancía, pero, sin embargo, el valor del objeto cultural aparece ligado a su
cualidad incomparable, a su singularidad. Si se trata de un objeto reproducible
pierde su singularidad, y por tanto su valor de cambio se reducirá. Hay que
disponer del control exclusivo de un artículo directa o indirectamente
explotable y que en cierto modo debe ser único
y no reproducible.
En
esto consiste el peligro de la globalización, en la creación, fruto de la
colonización absoluta llevada a cabo por el capitalismo en su fase avanzada, de
un gran mercado a escala mundial donde todo [y la cultura no es más que otro
nicho de mercado], puede intercambiarse de inmediato sin que el coste de
desplazamiento influya para ser tenido en cuenta.
Pero
para evitar la tendencia a la homogeneización del intercambio generalizado, el
capitalismo debe crear forzosamente diferencias, a fin de mantener su renta.
El capital debe impulsar formas de
diferenciación y permitir desarrollos culturales divergentes, al contrario que
un enfoque verdaderamente reduccionista y unilateral que sólo advertiría un
proceso de homogeneización –o que sólo percibiría la destrucción del espacio
por el tiempo-.
Así,
en la lucha por el capital simbólico colectivo se hace imposible disminuir la
inversión inmobiliaria a causa de la actividad turística: actividad que ha sido
efecto de los cambios estructurales del capital y que debe su supervivencia a
la inversión en aquello que todavía puede soportar la degradación generada por
el intercambio que él mismo promueve. Las grandes entidades financieras
invierten entonces en museos como el Guggenheim de Bilbao de F. Gehry.
(by google)
¿Qué
tipo de diferencias impulsa al capitalismo?
El
capitalismo sólo promueve las pequeñas
diferencias: la denominada ‘estética de la especificidad cultural’ que se
aplica a determinados paisajes, ciudades, monumentos o entornos, no es en
absoluto contradictoria con esa universalidad plana que se entiende como propia
del sistema capitalista.
No
conviene confundir ‘especificidad’ con ‘variedad infinita’ que eso es lo que produce
el capitalismo. La variedad infinita
convierte la especificidad en estereotipo susceptible de ser ligado a
cualquier otro estereotipo. Pero un
estereotipo no supone más que una falsificación de la especificidad. Por
ejemplo, el caso de los monumentos reformados para que sean como se cree que
eran en la época de su construcción. Se trataría de una autenticidad simulada.
Harvey
tiene razón al contemplar el espacio concreto y los objetos como producciones,
resultando esencial según él, “construir
una teoría de lo concreto y de lo particular en el marco de las determinaciones
universales y abstractas de la teoría marxista de la acumulación capitalista”.
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Cómo
articular la producción del espacio y la actividad depredadora del capitalismo,
es el último problema. “La idea de ‘cultura’ está inevitablemente unida al intento de
reafirmación de los poderes monopolísticos”, escribe Harvey, porque la singularidad
y autenticidad encuentran su mejor manifestación en la aspiración de la cultura
de representar el ámbito de lo particular. Esta cultura especializada, seleccionada, tiene su fundamento en la
actividad depredadora de las prácticas capitalistas que la preceden.
Se
plantea entonces una cuestión estético-política: para la construcción de ese
edificio ¿de dónde procede esa piedra? ¿y esa madera? ¿a qué coste, incluso
humano?
El momento de la calificación cultural comienza con la expropiación del territorio del otro, de sus espacios, de sus conocimientos. Aunque el problema radique, según Harvey, en “arrancar los espacios locales de manos del capitalismo para reapropiarlos”, no todo debe ser forzosamente reapropiado, algunas cosas deberían abandonarse o destruirse. Hay construcciones que no merecen existir.
El momento de la calificación cultural comienza con la expropiación del territorio del otro, de sus espacios, de sus conocimientos. Aunque el problema radique, según Harvey, en “arrancar los espacios locales de manos del capitalismo para reapropiarlos”, no todo debe ser forzosamente reapropiado, algunas cosas deberían abandonarse o destruirse. Hay construcciones que no merecen existir.
La
eliminación de ámbitos y otras catástrofes ‘informan el espacio’ producido por
el capitalismo, que parece incapaz de participar en la configuración de lugares, al no superar las
contradicciones económico-espaciales del sistema.
Ningún
‘espacial fijo’ podrá impedir el daño al
mundo viviente que provoca el capitalismo, esa destrucción de los entornos. La destrucción del entorno no deja de estar asociada a la
incapacidad del capitalismo para construir lugares
y para operar transacciones entre unos y otros. Y es que la producción espacial
del capitalismo sólo advierte contradicciones superficiales incapaces de
afectarle en profundidad.
La
producción de ese espacio sin lugares es lo que posibilita nuestra indiferencia
hacia el entorno. Una novedosa crítica estaría obligada a explicar la
naturaleza de ese inconsciente topológico del capitalismo.
(by google)
Sr. Verle
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