Leídos los diarios
ya no escuchas la música de radio.
Como todos los años antes de Navidad,
en soledad transcurren unas horas
que preceden reuniones familiares.
La calle se desnuda, parpadean farolas
y casi nunca llueve.
No por nostalgia ni melancolía,
el alma se te encoge,
solitario,
se humedecen los ojos…
te acompaña la suerte de no pensar en nada,
escasa lotería de dicha momentánea,
y sin embargo
escribes unos versos tan helados
como esas manos tuyas
que, invernales, añoras
asomado al vacío
de este corazón deshabitado.
Parpadean farolas, la calle se desnuda
y casi nunca llueve.
Nunca, nadie, nada.
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