1.1.15

Vieja anualidad.


La sala iluminada
por el sol mortecino del invierno,
las sombras de las cosas
que acompañan la tarde en sus ocasos,
la música selecta de radio independiente,
el ruido de los coches que pasan delirantes,
y el vuelo de una mosca que perdura
de ciclos estivales de existencia.

Y fuera, a todas horas, como siempre:
- la estatua mutilada de aquel antiguo prócer
que nunca dijo nada en beneficio propio;
- la casa abandonada, habitada por ratas,
que refleja en su seno rayos de sol poniente
y los tiempos pasados, en que todo moría
de muerte natural certificada;
- la gente que camina, con prisas, por la calle
con sus niños, sus compras, sus flores o sus libros,
o pasea despacio, contemplando
regalos navideños de paga extraordinaria,
(y ese viejo que choca, con demencia senil, contra los árboles,
o ese ciego que silba, monótona canción, por las esquinas,
vendiendo loterías que no hacen millonarios
ni al ciego ni a su madre,
o ese guardia de azul, semáforo viviente,
que se cree muy importante y está muerto de frío)…

La sala se ha llenado de humo y de recuerdos,
de visiones amargas y mentiras…
Hay que abrir las ventanas de cristal transparente,
sentir el aire frío que penetra en los huesos
y nos deja un regusto de soledad amiga…
o ver la realidad que presenta la tarde
y saltar al vacío con los ojos cerrados



(Del libro, inédito e inacabable, 'Esto no es realismo sucio').



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