En su último libro, el filósofo musical francés Francis Wolff, ‘¿Por qué la música?’, refiere como la música culta (erudita) ha pretendido en el siglo pasado ser inaccesible ya que accesibilidad se asoció a comercialidad y, por el contrario, la música popular (comercial) ha sido cada vez más simple para gustar a la mayoría sin pretensiones.
Esa música erudita era un arte en dos tiempos, escribir la partitura e interpretarla. Tendencia rota por el jazz, género en el que los dos tiempos se desdibujan, la parte escrita es muy escasa y lo que destaca es la improvisación en la interpretación.
*
Si la música de jazz hubiese de ser tomada a partir de la concepción escalar
agudo-grave occidental [escribe también López Sanz (ver entrada anterior)], sabríamos que ella cabe y no cabe dentro de la
concepción de una escala precisa; percibiríamos que ella trastoca parámetros
básicos de otras músicas, no sólo los de la occidental.
Desde la
'potencialidad sonora' de una banda de jazz
hasta el manejo que ella hace de los elementos efectistas de toda música
(trémolos, vibratos, falsettos), y,
sobre todo, su producción del tono, materia conceptual-melódica de la
música: son (todos) elementos que el jazz
plantea bajo lo que parece apropiado llamar su 'forma'.
Es decir, a esta música (y a su
auditorio) cabe tenerla como otro lenguaje, si es posible el término -y se cree
que sí. Se ha destacado muchas veces que el hombre de jazz y de blues es
cabalmente irrespetuoso del sentir tonal y de escala del músico típico
occidental y de otras latitudes: como si pudiéramos decir que él pone por sí
una tonalidad propia junto con un uso muy personal y de alto virtuosismo, de training,
de la gama tonal (escala). Como si este hombre y su música estuviesen
hechos de 'escalas' que no son propiamente tales, en sentido lato; es decir,
más que escalas discernibles por tonos-grados, es cosa suya introducir en
gradaciones musicales de ritmo puro a manera de fontanelas, escalamientos,
imprevistos, no pocas veces ejecutadas como una cosa chorreada, a la manera de
un intercalar notas-otras notas, no escritas o pensadas antes de la ejecución.
Para atender a esta propiedad distintiva
de la tradición blues-jazz es
pertinente introducirnos en una estimada condición de ella, poco
notada y trabajada por los críticos. Se trata de la extraordinaria ‘condición de oralidad’ de la
tradición blues-jazz -nótese que no se usa la palabra oral, sino
oralidad-. Se trata más bien de referir al lector y al oyente lo que al mismo
tiempo es una propiedad (sustantiva) y una cualidad de esa oralidad, que,
además, disfruta de lo que se puede llamar (al menos por el momento) una
especial 'condición de palabra' de esta tradición.
Más propiamente, se trataría de una voz
y su condición de cuerpo, en tanto oralidad misma; un planteamiento
que como expresión particular vive en lo que se podría unir como 'la voz
y la oralidad' del hombre de esta tradición. Una 'voz', entonces, muy alejada
de lo que comúnmente se llama 'timbre' en la literatura académica.
No hay comentarios:
Publicar un comentario