Según
se repite a menudo, el paradigma europeo de ‘ministro de cultura’, André Malraux, parafraseado también por
Roger Garaudy, habría dejado escrito que el siglo XXI sería religioso, o no sería.
Y es
que en algún postrero fin de semana primaveral, a raíz de varias publicaciones, se ha
puesto sobre la mesa, de los suplementos culturales, la cuestión del auge o no
de la religión en esta década.
En Babelia, Karen Armstrong decía, hace tiempo, que hasta el siglo XVIII, ha sido
conceptualmente imposible separar la religión de la política (*) y que la idea de
una religión como algo privado y personal es algo moderno. Ahora, la religión estaría
perdiendo terreno en Europa, pero Europa se estaría quedando muy pasada de moda
en su secularismo, “Nuestro laicismo está
pasado de moda”, afirma. Y añade que en otros lugares la gente se está
haciendo más religiosa, para bien o para mal. Y es que ve en la religión la posibilidad
de escapar del horror que nos rodea y buscar sentido para sus vidas.
[No
obstante, en columna adyacente J. Sampedro concluía su crítica reconociendo que
no se atrevía a recomendar su libro Historia
de la Biblia a un ateo].
Por
su parte en El Cultural, -que ya
había hablado con Armstrong hacía dos semanas y ella había insistido en que la
religión convencional estaba sin duda en decadencia en el norte de Europa, pero
que en el resto del mundo, la religión estaba en aumento-, A. Espada citaba escritos
de Michael Shermer, en el sentido de
que no es un producto de la imaginación, sino datos de una encuesta, la
tendencia en el nuevo siglo a que no haya religión. Por la vinculación, como
piensa Pinker, del progreso con la ciencia.
Espada
apostillaba en su columna que un mundo sin religión podría ser un mundo mejor,
pero no sería un mundo fácil.
Religión
sí, religión no, lo curioso del caso es que el inteligente y desengañado
Malraux jamás pronunció la frase del principio. Tal y como él mismo reconoció
en una entrevista concedida al semanario francés Le Point en 1975, un
año antes de su muerte: "A mí se me
ha atribuido esta frase, pero jamás he dicho que el siglo XXI sería religioso o
no sería en absoluto, porque del siglo
XXI yo no sé nada" [subrayado nuestro].
***
(*) No aprender del pasado. Y nos lo tiene bien contado
Jean-Pierre Dedieu.
En Occidente, sociedad civil y sociedad eclesiástica siempre
se consideraron autónomas la una de la otra, cada una tenía su propia escala de
valores y sus propias instituciones rectoras. Entre la una y la otra, existía
una tensión constante, y tal tensión fue probablemente el primer motor del
dinamismo cultural que se manifestó pronto en Europa occidental. Pero cuando la
Reforma trajo consigo la ruptura de la sociedad religiosa en varios bloques
incompatibles, era casi imposible que la tensión entre las dos no llegase a
destruirlas a ambas.
De ahí el que la búsqueda frenética de soluciones se hubiera
convertido en el tema principal de la historia europea en la edad moderna.
Fundamentalmente se propusieron cuatro soluciones:
La primera, la alemana. Consistía en fraccionar el espacio
político en trozos lo suficientemente numerosos como para que no hubiera
obstáculos a reconstituir dentro de cada uno las distintas unidades
confesionales.
La segunda solución triunfó en España, Italia y Portugal. Se
restableció la unidad confesional eliminando por la fuerza la disidencia,
teniendo allí un papel capital la Inquisición, colaborando en ello el poder
político estrechamente con el eclesiástico.
Francia inventó la tercera vía. Al ser impensable el
fraccionamiento del espacio político logró compaginar la unidad civil con la
diversidad religiosa reforzando el nexo que unía las dos sociedades,
desarrollando el poder real, inventando el absolutismo y, de paso, la tradición
‘jacobina’.
Los reinos británicos tuvieron que inventar una cuarta
solución, desconfesionalizando su vida política y decretando que, cuando los
actores sociales actuaban civilmente, no había que tomar en cuenta sus
creencias confesionales.
¡Ay! las islas vs. el continente.
Maldita religión.
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